Caballos llorando desde los arboles

El montaje de “Caballos llorando desde los arboles” nace de las impresiones dejadas por “Los ciegos” de Maurice Maeterlinck. En este caso son salvajes que habitan algún bosque en algún tiempo que no podemos precisar. Puede ser un futuro después de la desaparición dela civilización, o lo más antiguo antes de que la civilización hizo su ingreso en nuestras cabezas y en nuestros cuerpos.

Están en ese bosque, dentro de sus cabezas desde que tienen uso de razón. Razón que viene y se va; razón que pocas veces tienen. Sólo salen de sus cabezas cuando están en soledad por temor a mirarse a los ojos y descubrir sus secretos. La única manera que tienen de vivir es la de la fiesta, la de la embriaguez, la de saber que el tiempo se expande sin llegar a su fin.

Una Presencia desconocida ronda su bosque y ha desaparecido el único que lleva la ciencia en la cabeza, en el cuerpo. Se ha muerto el hombre de ciencia. Se ha muerto el hombre que conoce. Y todo ha cambiado. Nunca antes se habían interrogado acerca de la naturaleza de su cuerpo, de su estado, de su lugar entre esos árboles. Y se sienten en soledad. Desterrados en su propio lugar.

El bosque es un ojo que mira. Una boca que habla. Y los llama. Los busca junto con la Presencia desconocida que sintieron llegar como un extraño y el hombre de ciencia no está para protegerlos. ¿Quiénes son? ¿Qué quieren? Ambos quieren despertarlos. Abrirles los ojos y que puedan ver lo que jamás han visto.

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