La Consagración de la Primavera

La fiesta aparece como una liturgia global, como un fenómeno total: pone en juego la sociedad unánime, cuya cohesión se encuentra al mismo tiempo, reafirmada. La comunidad, en ese clima de paroxismo, se afirma como comunión; la existencia toda se transfigura. La fiesta es el gran juego social de la trascendencia, el recomenzar del Gran Comienzo. El universo se halla en tren de nacer y su nacimiento, en el mismo momento en que se manifiesta la potencia creadora de lo sagrado, restituye a los humanos las inmensas posibilidades perdidas. La fiesta restablece la situación límite donde el orden ha nacido del desorden; donde caos y cosmos se hallan todavía contiguos. El mismo torbellino ocasiona la unanimidad de los hombres en este esfuerzo de reintegración, donde las individualidades pierden su distancia y tienden a confundirse. Las liturgias festivas se desenvuelven en expresiones de conjunto, bajo la forma de cortejos, cantos, danzas. La fiesta se constituye como una representación sin público. Todo el mundo representa para todo el mundo. La fiesta celebra la alegría del hombre y la juventud del mundo, la alegría del mundo y la juventud del hombre.

(George Gusdorf, Mito y metafísica)

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