Narcisa Garay, mujer para llorar

La obra según el autor

Lo primero que concebí de esta pieza fue el destino de su protagonista, esa suerte de Madame Bovary de inquilinato suburbano que se siente movida por sus aficiones tangueras, por su fe en la magia negra y por los folletines radiales. Destino en el que debían luchar la soledad física de la mujer y la opresión de un ambiente en el que apenas existe la intimidad. Prevista así la trayectoria de tal vida, encontré que los elementos clásicos del sainete vistos al revés –en un ángulo donde se juntan la ironía y el resguardo sentimental– podían servirme para la encarnación de ese destino y el de los otros seres que acompañan, rechazan o empujan a Narcisa. De ahí el tono de la pieza, en la que la situación y los personajes de nuestro sainete suburbano encuentran un nivel distinto, nuevo.

Considero a Narcisa Garay… una tragicomedia. O un sainete, con el admirable sentido que dio Don Armando Discépolo a esta forma teatral tan nuestra, tan cercana a las modalidades de nuestra sociedad. Es como si los personajes sintieran el pudor de sus problemas más inquietantes y se enmascararan con burlas e ironías para no expresar diariamente su soledad, sus angustias, sus desesperantes soluciones. La máscara que cubre esos rostros auténticos, tan indiscretos en su desnudez.

Juan Carlos Ghiano (de una entrevista en Radio Municipal, 10 de mayo de 1959)

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