Nada más que el fin del mundo

Luis, un hombre de 34 años, sabe que va a morir y decide visitar a su familia, a la que no ve desde hace ya muchos años, con la aparente intención de comunicarles la noticia. Luis alternativamente se desdobla en el tarea de narrar y en la de habitar la casa familiar narrada en esas circunstancias.

La obra transcurre durante un domingo en la vieja casa familiar, en un pueblo de provincia. Luis se reencuentra con su madre, su hermano y su hermana varios años menor.

En esas circunstancias conoce también a la mujer de su hermano y madre de sus sobrinos, a quienes no conocerá tampoco en esta oportunidad.

Durante todo el día (que también podría ser una suma de muchos domingos, según el autor), Luis se va reencontrando incómodamente con su hermana, con su madre. Los cruces con su hermano son una suma de intentos y malentendidos hasta que finalmente uno puede hablar y el otro, quizás, escuchar.

En el transcurso del día, o quizás de los días en que permanece allí, conocerá también a su cuñada y tratará de entablar un vínculo con ella.

Es mucho más lo que Luis escucha de cada uno de sus familiares, que lo que él puede decirles.

Y tampoco podrá seguramente decirles aquello que lo convocó a volver.

Fin del domingo, todo está listo para llevarlo a la estación, sin que nadie pueda ni quiera realmente retenerlo, sin que él pueda decidir quedarse.

Sencillamente, luego de una larga diatriba que le dedica su hermano, pudiendo juntar y pegar las últimas palabras para exorcizar los últimos fantasmas sobrevivientes, Luis se va.

Se vuelve a la ciudad dónde vive sin que nadie de su familia conozca su dirección, para ya no volver.

2 Histórico de funciones