Agamenón. Volvi del supermercado y le di una paliza a mi hijo

“AGAMENÓN. VOLVÍ DEL SUPERMERCADO Y LE DI UNA PALIZA A MI HIJO” enfoca de modo similar la temática de “Prefiero que me quite el sueño Goya a que lo haga cualquier hijo de puta”, obra del mismo autor recientemente montada por García Wehbi: la desgracia de la sociedad de consumo y sus consecuencias derivadas.

La obra transita un registro de humor disparatado y radical en la que un padre de familia, decepcionado por el vacío existencial que le ha dejado su última compra en un supermercado, decide salir junto a su familia a cenar a un local de comida rápida, no sin antes castigar a su mujer e hijo para calmar su propia frustración. Es allí, y a partir de las condiciones sanitarias y laborales del restaurant, cuando decide explicar de manera poco ortodoxa a su hijo cómo es que funciona el mundo en materia económica y política, construyendo una alegoría bizarra de nuestra sociedad.

En la escena de AGAMENÓN. VOLVÍ DEL SUPERMERCADO Y LE DI UNA PALIZA A MI HIJO, la línea de acción dramática está puesta en dos soliloquios tratados en forma contrapuntística, en el que dos hombres vestidos con ropas caras pero de gustos dudosos van llevando el relato en tiempo pasado a la vez que reviven ciertos momentos de los hechos. Allí aparecen elementos arquetípicos de la sociedad de consumo (ketchup, pollo frito en la escena, comida de delivery, bolsas de basura repletas de desperdicios -que llevan aún las marcas de los productos-) como evidencia de una vida saturada de fast food -en varios sentidos, más allá de los estrictamente alimentarios-.

El montaje de esta obra (segunda entrega de una trilogía de obras de Rodrigo García, la primera fue “Prefiero que me quite el sueño Goya a que lo haga cualquier hijo de puta” y la tercera será “Rey Lear”)-, tiene como finalidad recuperar a un autor incómodo que escribe y hace teatro como un argentino, si bien está radicado en Europa desde hace más de dos décadas.

Así, esta comedia disparatada deviene casi aristofánica por su radicalidad.

Resulta incomprensible que un autor argentino de la magnitud de Rodrigo García haya permanecido ignorado en nuestro país durante casi veinte años, cuando es considerado tanto en Europa como en Latinoamérica uno de los más notables dramaturgos del comienzo de siglo XXI.

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