Efecto ícaro

Nos interesaba crear un lenguaje propio, que de alguna manera hable de los momentos bizarros que hemos vivido los argentinos en los últimos años y construir sobre el estado actual de las cosas, un universo poético autónomo, que refleje desde su singularidad, los mecanismos extravagantes por los que estamos atravesados, sin hablar directamente de ellos. Quisimos mantener de alguna manera los mismos procedimientos operativos en la búsqueda de discursos e imágenes que utilizaron los medios de comunicación durante la crisis para distorsionar, mezclar, componer y organizar la información; y valernos de ellos para crear nuestra propia instalación. Empecé a trabar en base a una única pregunta en todas sus posibilidades: ¿Cuánto tiempo se tarda en cambiar las creencias sobre un estado? Paradójicamente lo que hicimos fue subirnos a un micro e irnos a filmar a Mar del Plata. El plan, ya monstruoso en sí para los nulos fondos con los que contaba nuestra producción se iniciaba con un belicoso derroche de dinero puesto en un viaje con fines artísticos. Dedicamos la filmación a una historia de amor entre una suerte de mesías que se enamora de una exótica mujer del mar y miran la televisión juntos en la playa. Así, mientras miran las noticias por cable, cual efecto mariposa distorsionado, una serie de posibles finales -uno más catastrófico que otro- son narrados en vivo por un hombre que, a medida que sus recuerdos avanzan y su ideología cae, su cabeza adquiere dimensiones enormes. La pieza termina con un sorpresivo final festivo, entendiendo que son las ficciones en sus multiformas las que instalan las creencias de un país.


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