Las penas que a mí me matan

La obra conjuga en sí una mirada sobre la cubanidad y se erige en símbolo para aquellos que decidieron ser fieles al amor por las tablas. Es el primer texto dramático cubano que aborda las implicancias que para los hacedores teatrales tuvo el llamado período de la parametración, durante las tres primeras décadas de la Revolución. En esa época se instituyeron medidas obligatorias que debían cumplir algunos artistas y que era más bien una sanción sobre reales o presuntas desviaciones ideológicas o morales. Víctima de esa bochornosa praxis, ya enmendada, Miriam Muñoz fue parametrada en su condición de actriz del antiguo Conjunto Dramático de Matanzas.

Aprisionada en un espacio circular, la actriz busca el modo de vencer la resistencia que le ofrece el personaje que será su última interpretación: la doña Rosita lorquiana. Así, viaja por los vericuetos de su memoria revisionando su paso por la vida y por el teatro: la moral provinciana, las decepciones sentimentales, las limitaciones de su arte. En un discurso casi irracional recurre a la ironía para ir desnudando los ocultos conflictos donde se plantea la necesidad de salvaguardar la identidad, de preservar, más allá del temor, la rebeldía necesaria.

- ¡Nadie sabe lo que cuesta hacer teatro! - exclama la protagonista con tono húmedo y amargo. Y nos trae de la mano los agridulces sabores de la condición humana.

Grupo Teatro Icarón

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