Pinocho

Pinocho es tal vez de los cuentos para niños uno de los más contados. Con seguridad forma parte de la selecta colección a la que la abuela echa mano a la hora de contar. Y digo contado y no leído pues Pinocho es de esos relatos que no se leen, se cuentan y en esa rica intencionalidad, en esa inconsciente recreación narradora revive cada vez. Pinocho es aquel muñeco de madera que cuando miente le crece la nariz, pero Pinocho es más que eso, este personaje nos presenta la captura del espíritu infantil en toda su dimensión.

No es casual entonces que este bellísimo relato de Collodi pida tablas cada tanto. Y allí entramos nosotros los actores a jugar el cuento como la abuela contaba, empleando todos los recursos que están a nuestro alcance, toda la tramoya, que arma y desarma el itinerario que recorre nuestro héroe para alcanzar su meta.

Será como bien dice Bettelheim que tanto para el niño como para el adulto -que sabe que hay un niño en la parte más inteligente de nuestra persona- los cuentos revelan verdades acerca de la humanidad y de uno mismo.

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