Estaba en mi casa y esperaba que venga la lluvia

Cinco mujeres en la casa hacia el final del verano; desde el final de la tarde hasta incluso la mañana del día siguiente. Cinco mujeres y un muchacho de vuelta de todo, de vuelta de sus guerras y de sus batallas, finalmente de regreso a casa.Durante años detuvieron sus vidas esperando a este joven hermano, hijo, nieto, que un día se fuera y que, aún sin saberlo, se llevó con él parte de sus vidas. La obra se inicia con su retorno. Este hombre vuelve cambiado y al borde de la muerte y es entonces cuando cada una de ellas empieza a preguntarse por el significado de todos esos años de espera y el regreso, así como por el futuro de sus vidas ahora que aquél, tan esperado, ha regresado. El amor, la culpa, los rencores, las tensiones de género y los enojos afloran.En su regreso, estas mujeres depositan la sensación de recuperar esas vidas detenidas, el volver a vivir, aunque sea a través de sus relatos, eso que no pudieron o no quisieron. Ahora ese hermano regresó pero, sin embargo, la espera no ha terminado. La melancolía se transforma en deseo, en deseo de libertad, pero ese deseo no parece poder convertirse en realidad; por el momento todo es imaginación y palabras porque el joven yace en su habitación de niño, moribundo, sin decir nada.Las muchachas y sus estallidos, sus odios escondidos que explotan de pronto, gritos y susurros, los ajustes de cuentas y el final inesperado.

Datos de Autor

J E A N - L U C L A G A R C E (1957-1995)

Es una de las figuras más sobresalientes del teatro francés de fines del Siglo XX. Dramaturgo y director, en sus 38 años de vida escribió veinticinco obras de teatro, estas fueron traducidas a más de veinte idiomas y representadas en numerosos países, entre las mismas podemos nombrar ?Music Hall?, ?Las Reglas de Urbanidad moderna?, ?Justo el Fin del Mundo?, ?Los Candidatos? y ?Un país lejano?, entre muchas otras.
La característica más relevante de su escritura consiste en volver a la palabra un elemento errante; los términos pasan de un personaje a otro, lo corrigen, se preguntan sobre él, lo repiten. Repetición que desanda el camino ya recorrido, despertando en el espectador la sorpresa, la complicidad de lo conocido, de lo previsible. Así, su palabra remite a un paraíso perdido, señal de la imposibilidad de comprender a través de la palabra.
Los personajes la utilizan, pero luego de una búsqueda de la palabra correcta, la adecuada, la que posibilite el encuentro con el otro. Búsqueda sin hallazgo, ya que para Lagarce el entendimiento no es posible; la lengua, más que ayudar, no puede dar cuenta de la realidad en la que estamos inmersos.

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