De puntillas

COMPAGÑÍA BIANCOFANGO

Florencia, la adolescencia y el fútbol.

In punta di piedi surge de la mezcla de estos tres elementos y de los olores persistentes de aquellos años ochenta, demasiado cercanos para poder mirarlos como una vieja fotografía y suficientemente lejanos para notar sobre los hombros el peso de la memoria. Un adolescente y su ciudad, poseedora de una belleza particular, pero que se opone al juego y esclava de la competición por naturaleza. Florencia ama que la contemplen, pero por mucho que la miren, si pudiera, traicionaría a todos los que quisieran poseerla. Un adolescente y la obsesión de una generación, un fanatismo durante un siglo: el juego del fútbol. En las palabras de Pasolini se puede y se debe apreciar la fuerza de un símbolo, el futbolístico, que ha sido capaz de unir a miles de cuerpos en una única alma. Muy pocas realidades han conseguido, durante el siglo XX, introducirse tan profundamente en la ritualidad. El fútbol ha ganado. De paliza. Pero con el paso del tiempo, de los años, algo de esta ritualidad ha desaparecido, el poder de la televisión y de la cultura de masas le han hecho perder su carácter genuino y los años ochenta inmortalizaron la parábola final de un fútbol ritualizado que estaba a punto de entregarse a la luz cegadora del espectáculo mediático. Ya nada sería lo mismo. Éstos son los años de Mastino, el protagonista de este monólogo: los años de la defensa uno contra uno, de los duelos cuerpo a cuerpo y de los números en las camisetas que marcaban un papel concreto. Una mañana de domingo cualquiera en un campo en la periferia de Florencia, de esos en los que nunca crece el césped. Mastino quiere jugar pero el entrenador lo deja, como siempre, castigado en el banquillo. No es muy buen jugador y no son pocas las ocasiones en las que alguien le recuerda su falta de aptitud para el fútbol, pero ya se sabe que a los dieciocho años, no es fácil entender ciertas cosas, y menos aún aceptarlas. Muchas veces, que a los dieciocho años te aparten del juego puede significar que te aparten de la pandilla, de la pandilla que te hace sentir que formas parte de algo, tanto en la escuela como por las calles de la ciudad. Desde el banquillo, Mastino vive la agonía de un largo domingo en el que se ha visto excluido por enésima vez. Mira el partido, habla con el entrenador, habla de él y de su eterno rival, ese número 11 en el terreno de juego y en la vida: Golgòl, apodado de este modo por tener la costumbre de volver a chutar el balón cuando éste ya ha entrado en la portería, como si quisiera remarcar que ha sido su pie el responsable de la jugada ganadora. Este joven tan dotado es el símbolo de todo el sufrimiento de Mastino porque es todo aquello que él, a sus dieciocho años, no consigue ser. Sentado en este banquillo-cárcel Mastino lo observa, lo admira y lo odia. Los minutos pasan igual que cada domingo hasta que la llegada de una chica revoluciona la monotonía haciendo que Mastino decida desobedecer al entrenador y salir al campo para jugar, una vez por todas, su partido. Puede que el último

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