Mélodrame, deux actes en blanc et rouge

PROYECTO ESPECTACULAR DE LA LICENCIATURA EN DIRECCIÓN DRAMÁTICA del IUNA 2009

Los críticos dicen que mis películas están llenas de sangre. Donde ellos ven un tema yo veo una forma. Por lo que les contesto que sangre no. Están llenas de rojo.”
Jean Luc Godard

El arte consiste en pintar conjuntos nuevos tomados no de la realidad de la visión sino de la realidad de la concepción.”
Guillaume Apollinaire

En el mes de mayo último, sobre el trayecto de Cambronne-Glaciére, un hombre de unos treinta años, sentado frente a una preciosa muchacha, separó con habilidad un revista que simulaba leer y dejó al descubierto y a la vista de ésta su sexo…Un cretino, que se dio cuenta de este acto exibicionista, acto que producía en la muchacha una enorme y deliciosa perturbación sentida sin ningún repudio, motivó que el público golpease y expulsara al exibicionista. No pudimos menos que mostrar nuestra indignación y nuestro desprecio por esta tan abominable manera de reaccionar contra uno de los actos puros y más desinteresados que un hombre sea capaz de realizar en nuestra época envilecida y degradada moralmente.”
Salvador Dalí. Le Surréalisme au Service de la Révolution, Nº2

Las citas de más arriba –elegidas caprichosamente urgentes aunque no por eso menos ciertas- despliegan alguna linea, algún curso, una huella que se profundiza a poco de advertir por donde andaba cuando se configuraba Mélodrame.
Están en mí –evidentemente- espíritus erráticos que anhelan tomar cuerpo en esta materia resbalosa del relato dramático-escénico. Irradio desde mi sustancia protoplasmática, un líquido viscoso y crema, mezcla entre expresión vomitiva y espuma para afeitar. Hincado sobre la bañera, abyecto como un rey pordiosero, siento el desigual devenir de ocurrencias que por momento son personajes que deambulan para acorsetarse en la finitud de una representación, en la finitud de una definición, en la finitud en definitiva de una construcción.
Mutatis mutandis, el médium, el derviche, el chamán de boxer holgados los abraza y les pega una cachetada, lejos tanto de la new age como del zen más avezado. Domesticado entre el pebete de salame y queso, la coca cola, el pancho. El director barrunta en medio de un paisaje romántico entre el mar arrebujado y los despeñaderos. ¡Oh frenesí! ¡Oh vértigo! Las actrices tienen frío o sueño o hambre y el actor hunde su mirada perforando la puerta de entrada.
Viajo en tren para los ensayos. Las caras se aplastan como esos cuadros de Ensor. Son rostros endemoniados con ese silencio cómplice en conjunto como los personajes de Polanski. No los miro siquiera, me está dando vuelta como la baba del diablo un cambio de título, un reto o un agradecimiento, una música reemplazable o una relación de contraste entre una escena y otra o acto o réplica. Viajo en tren como por esas estancias medievales para arribar al cielo o al infierno. La gente me hace gestos desde lejos como esos desesperados que se agitaban desde la hogueras artodianas.
Las citas me son productivas no como coartada ni como salvaguarda, sino como precipicio y salto al vacío. Arrastro las pesadas alas como el loco que se precipita desde lo alto de una torre y que antes de estrellarse cree haber visto algo.

Mi obra finalmente se llama Mélodrame.

Del melodrama tiene la trabazón de esas relaciones fraternales conflictivas y exasperadas a punto de estallar o que decididamente estallan y por supuesto lo que sustenta al género con su intensificación musical. Del vodevil, este diseño de entradas y salidas de personajes en momentos inesperados o inoportunos, portadores de cambios drásticos y confusos para la escena. Del gran guiñol, las reacciones desmesuradas casi repelentes y revulsivas de las hermanas entre ellas y con el señor Bradomín. Del film noir un cierto aire de derrota, de cinismo y frustración, la francesidad en las discusiones del señor y la señora y a la vez, una indisimulada intertextualidad con Las criadas de Genet.
Lo francés se nos cuela por todas partes, por lo que acabó llamándose –sin más remordimiento- mélodrame.
La obra tiene su buen costado sombrío pero éste como el humor tienen que ser para mí la resultante de una singularidad humana para la que hay que encontrar su más aproximada traducción escénica.
Después está lo otro. El trabajo desde fuera, la correspondencia de esa amplificación que es el espectáculo en su adecuación entre un eje que lo atraviesa, su condensación dramática y la manera en que se expresa para el espectador en los términos de luz, espacio, estilo y materialidad.
Dirigir para mí, es organizar estas funciones que son adminitrativas, productivas, problemáticas y por sobre todas las cosas, artísticas. O al menos deberían serlo.
A veces no tenemos tiempo para divertirnos y eso se nota luego en el trabajo tironeado. Queremos resolver rápido para sostener con alfileres lo que posteriormente deberá ser llenado. Es otra forma de plantearlo u otra forma alternativa a la de la diversión como base. En la raíz de ésta palabra “diversión” subyace para mí el concepto de actuación y por extensión el del teatro.
Javier Demaría

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