Y estaba todo tan tranquilo

La obra, dividida en tres episodios, juega con el ir y venir de los recuerdos, que se aclaran en un momento para escaparse en el siguiente. Un narrador intenta descifrar el sentido de todo este movimiento: se distancia, pregunta, hilvana y trata de entender, interviene y completa o desvía la acción con sus comentarios al público. Los personajes, todos ellos aunados en la misma búsqueda de sentido, como si la obra fuera un rompecabezas que cada uno arma y desarma tratando de encajar las piezas en una totalidad: el relator, una madre que busca a su hija, un místico que habla del cielo y de la tierra, la mujer que nunca entiende y a todo le teme. Una caja parece ser la clave y es la última imagen que la hija conserva de un tiempo en el que "todo estaba tan tranquilo". Como una pieza mas de este engranaje cósmico, la mujer intenta encontrarle sentido a un pasado que se le escapa: "...Solo sé que había una caja de chocolate, de dulce, de caramelos... no sé, no me acuerdo, no interesa... y en la tapa tenía un paisaje y en el paisaje había un lago todo color de ópalo y en el lago unos barcos, unas lanchas, unos veleros que iban y que venían de un lado a otro... y estaba todo tan tranquilo, y daba tanto gusto vivir ahí..." El sentido depende de la totalidad y se materializa en la luz, el color, las voces, los ruidos, la música, el pliegue de una tela, la caída de los cuerpos, el deambular de los personajes o el valor dramático de cada objeto. Es allí donde se manifiesta la trama: en la ausencia de una racionalidad explícita pero que conduce fatalmente a una comprensión del sin sentido, mirado desde la perspectiva del todo.
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