De nudos y perdones

En marzo de 2001 empezamos este nuevo desafío: una nueva experiencia con algunos de los actores que anualmente concurren a nuestros talleres de perfeccionamiento. Esta vez, el reto era llegar (o no...) a un montaje que fuera producto de nuestras fantasmagorías; es decir, prescindíamos de la gran apoyatura que significa un texto, del punto de partida que suele darnos la literatura dramática. Relevando al actor por sobre todos los otros factores que hacen al hecho teatral, decidimos materializar, con los cuerpos en el espacio, aquellas fantasías de cada uno, para construir un texto a partir de ellas y a posteriori. Aquí está hoy nuestro trabajo. Y "hoy" significa mucho más que un año. Es así como Luciana, Carlos y Daniela pusieron la materia prima para ir conformando a Angustias, a Atilio y a la Muchacha, respectivamente. Estos personajes hicieron necesaria la presencia de "las Carolinas" y del "Autor confeso", de modo que Verónica, Agustina y Mariano fueron invitados a cubrir estos roles específicos. Para todos ellos nos hemos servido, en algunos casos, de material poético (seis pequeños versos de Nicanor Parra), y de una que otra frase histórica que espero el espectador reconozca y, en el caso de las periodistas con el "Autor confeso", de una larga y valiente entrevista hecha hace ya algunos años por la periodista Mónica González, corresponsal en Chile del diario Clarín. El entrevistado, dueño de las textuales palabras del "Autor confeso", es un ex oficial del ejército chileno. Pero en su discurso y en esta oportunidad, se reconocerán también confesiones de un oficial argentino, en su tiempo ampliamente difundidas: la síntesis de ambas fuentes podría probar hasta dónde nuestros países, hermanos por muchas razones, también lo son para el horror. Las décimas son mías. También la ayuda permanente de Mario, como asistente de dirección, tomando notas y sugiriendo ideas, así como organizando el trabajo, fue imprescindible para llegar a conformar lo que hoy presentamos, y que en diciembre del año pasado dejamos en un punto que considerábamos casi final. Quedó descansando hasta marzo de este año cuando, una vez más, cambió la historia. En mi ausencia, Juan Carlos Gené se hizo cargo de los toques finales y seguramente decisivos de nuestro trabajo. Nos hemos servido de la historia y de la memoria, personales y colectivos. Aspiramos a remover las suyas y que también estén presentes en cada representación. Si así fuera, habríamos logrado el milagro del teatro. Verónica Oddó Santiago de Chile, mayo de 2002
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