La cantante calva

" El aprendizaje del inglés no conduce forzozamente a la dramaturgia..." Sin embargo, para el autor, en 1948, sus lecciones dieron origen a este clásico del teatro del absurdo. “La Cantante Calva”, notas de E. Ionesco La tragedia del lenguaje En 1948, antes de escribir mi primera pieza: La Cantante Calva, no quería convertirme en autor teatral. Ambicionaba simplemente aprender inglés. El aprendizaje del inglés no conduce necesariamente a la dramaturgia.... Me doy cuenta que debo explicarme. He aquí lo que sucedió: para aprender inglés compré, pues, hace nueve o diez años, un manual de conversación franco-inglesa, al uso de los principiantes. Me puse a trabajar. Copié concienzudamente las frases extraídas de mi manual para aprenderlas de memoria. Releyéndolas atentamente, no aprendí inglés pero sí, en cambio, verdades sorprendentes: que hay siete días en la semana, por ejemplo, que por otra parte sabía; o bien, que abajo está el piso y arriba está el techo, lo que sabía igualmente, quizá, pero en lo cual nunca había reflexionado seriamente, y que me parecía de pronto tan asombroso como indiscutiblemente cierto. Tengo sin duda bastante espíritu filosófico como para darme cuenta que lo que transcribía a mi cuaderno no eran simples frases inglesas en su traducción inglesa sino verdades fundamentales, comprobaciones profundas... ...A partir de la tercera lección aparecían dos personajes que nunca supe si eran reales o inventados: el señor y la señora Smith, una pareja de ingleses. Ante mi gran asombro, la señora Smith informaba a su marido que tenían varios hijos, que vivían en los alrededores de Londres, que su apellido era Smith, que el señor Smith era empleado de oficina, que tenía una sirvienta, Mary, también inglesa, que tenían desde hace veinte años, amigos llamados Martin, que su casa era un palacio, pues “ la casa de un inglés es un verdadero palacio”. Yo pensaba que el señor Smith debía estar un poco al corriente de todo aquello; pero, vaya a saber, hay gente tan distraída... Tuve entonces una revelación. Ya no se trataba para mí de perfeccionar mi conocimiento de lengua inglesa. Consagrarme a enriquecer mi vocabulario inglés, aprender palabras para traducir en otra lengua lo que podía decir en francés, sin tener en cuenta el “contenido” de esas palabras, lo que me revelaban, hubiera sido caer en el pecado del formalismo que hoy los directores del pensamiento condenan con justa razón. Mi ambición era mucho mayor: comunicar a mis contemporáneos las verdades reveladas por los manuales de conversaciones franco-inglesas. Por otra parte, los diálogos de los Smith y de los Martin eran propiamente teatro, ya que teatro es diálogo. Lo que tenía que hacer, pues era una pieza de teatro. Escribí La cantante calva, que es por consiguiente una obra teatral didáctica. La cantante calva fue titulada así, porque ninguna cantante, calva o cabelluda, hace su aparición. Ese detalle debería bastar. Toda una parte de la pieza está hecha colocando una a continuación de la otra, frases extraídas de mi manual de inglés; los Smith y los Martin de mi pieza son los mismos, pronuncian las mismas sentencias, realizan las mismas acciones o las misma “inacciones”. En todo “teatro didáctico”, no se trata de ser original, de decir lo que uno piensa: sería una falta grave contra la verdad objetiva; lo que hay que transmitir humildemente es la enseñanza misma que nos ha sido transmitida, las ideas que hemos recibido. ¿Cómo hubiera podido permitirse cambiar lo más mínimo en palabras que expresan de una manera tan edificante la verdad absoluta?. Siendo auténticamente didáctica, mi pieza no debía sobre todo ser original, ni ilustrar mi talento!... ...Para mí se trataba de una suerte de desmoronamiento de la realidad. Las palabras se habían convertido en cáscaras sonoras, desprovistas de sentido; también los personajes, desde luego, se habían vaciado de su psicología y el mundo se me aparecía bajo una luz insólita, quizá su verdadera luz, más allá de las interpretaciones y de una causalidad arbitraria. Sobre un texto burlesco, un juego dramático. Sobre un texto dramático, un juego burlesco. Hacer decir a las palabras cosas que nunca quisieron decir. No siempre hay que sentirse orgulloso: la comicidad de un autor es, muy a menudo, la expresión de cierta confusión. Uno hace reír al explotar su propio absurdo,. Eso también hace decir a los críticos teatrales que lo que uno escribe es muy inteligente. Cada época tiene sus lugares comunes superiores, además de los lugares comunes inferiores que pertenecen a todas las épocas. Todas las ideologías, quiero decir todos lo clisés idiomáticos parecerán muy tontos... y cómicos. Si yo comprendiera todo, desde luego, no sería “cómico”. Publicado en los Chiers des Saisons, 1959
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