“La impresión de un estado, de sucesivos estados: huir, llorar, consolar, correr, abrazar, querer saber, preferir no saber, amenazar, negar, repudiar, desear, desear estar allí y a la vez, desvanecerse. Vivir. Sobrevivir(los). ¿Cuántos más? ¿Cuáles más?”.  Ana Longoni.

Árboles es un trabajo de experimentación que se presenta como una composición fragmentaria. Un trabajo que no puede dejar de inscribirse en el cuerpo de María Morales Miy, sobre textos de la nombrada y de Ana Longoni, bajo la dirección de esta última y Cintia Miraglia. Una propuesta que suma una exquisita viola, en presencia de Daniel Quintás y una iluminación sabia y precisa de Ricardo Sica, por la exigencia coreográfica  del  espectáculo. Bajo el eje de la orfandad se disparan personajes, situaciones y un espacio que nunca nos lleva a la retícula que pretende contener, sino a un mundo de diversas soledades y ausencias. Todo esto, en manos de una actriz y su partener musical, que se aglutinan en una vívida partitura de voz, cuerpo y cuerdas.

-¿Cómo fue el proceso de gestación de Árboles?

María Morales Miy: Fue un trabajo que empecé haciendo sola, cuando formaba parte del G.T.L (Grupo Teatro Libre), dirigido por Omar Pacheco. Comenzó como un entrenamiento físico personal, pero como en ese momento yo estaba quebrada en el hombro y me habían enyesado, fue, en un principio, un trabajo desde las piernas. Así nació el personaje del bicho que está actualmente en el espectáculo.
Ana Longoni: Después, la culpa de todo la tuvo Ana Alvarado. A ella le interesó la propuesta, pero estaba muy tapada de trabajo y pensó que le venía muy bien al proyecto, a un material un poco disperso pero interesante, una mirada dramatúrgica, que devino, también, en mi primer trabajo de dirección.

-¿Cuáles eran las ideas que tenías en esta primera instancia para Árboles?

M.M.M: Tenía ganas de hacer un personaje que lindara con el naturalismo, que pudiera ser cotidiano, cosa que nunca había hecho cuando formaba parte del GTL. Empecé a trabajar en este sentido y, como contraposición, en ese bicho / criatura, que era un personaje totalmente extrañado. Pasaba de un lado al otro, pero simplemente como un ejercicio. Todo estaba muy cargado de un halo onírico, místico, porque mi formación tenía que ver con esto. Tal vez no había una elección en este primer momento. De hecho, hasta un mes antes del estreno, me costó mucho decir un texto naturalmente. En eso me ayudaron mucho las directoras, ya que yo hablaba muy solemnemente, como si recitara todo el tiempo. La tercera cuestión de la que empecé a ocuparme en el entrenamiento, que hacía un poco más complejo el asunto, era la de generar una ruptura, a partir de una charla con el público, desde la actriz y no desde el personaje. En cuanto a la temática,  no estaba clara.
Cuando Ana vio el trabajo, simplificó en dos los personajes y propuso un eje a tratar.
A.L: Quedó, entonces,  un eje que para mí es un vector muy intenso, que recorre todo lo que tiene que ver con la orfandad. De ahí en adelante empezamos a escribir y reescribir textos míos entre las dos, en ese sentido. Como proceso fue muy lindo realizar una escritura a dos voces. Por otro lado, empezó a aparecer con mucha fuerza la idea de un instrumento de cuerdas poderoso. A mí me aparecía un violonchelo, pero el violín le aportó movilidad al músico, quien, de otra manera, hubiera estado estático, sentado.
El músico es una especie de fantasmagoría de padre que tiene mucha presencia, pero en ese momento no tenía cuerpo.
La idea, igualmente, nunca fue hacer algo historiográfico o escribir desde de la historia de María por el tema de sus padres desaparecidos, sino, más bien, partir de una sensación que surgió al leer los materiales que ella había traído. En lo que a mí respecta, hay algo que tiene que ver con mi historia política familiar. Mis padres no están desaparecidos, pero tuvimos que ir al exilio y la violencia nos afectó muchísimo. Además de esto, hay una historia concreta que es la de mi abuela, que fue huérfana, que tenía mucha dificultad de nombrar a sus padres y de hacerse cargo de esa historia. Es algo que pudimos reconstruir a partir de que ella murió, cuando mi padre se puso a investigar quiénes era sus abuelos. Entonces, la historia de Matilde es la historia de mis bisabuelos y de mi abuela. De alguna manera, Árboles  repone un vacío a partir de otro tipo de orfandad. Tiene una matriz no política, pero que también comparte la ausencia.

- ¿Cómo trabajaron el espacio? Los textos todo el tiempo te llevan a otro lugar que no tiene nada ver con la referencia real y concreta que se plantea en la retícula propuesta.

A.L.: Eso fue casi una indicación de Ana Alvarado. Ella vino a ver varios ensayos  y dijo: “Está todo muy bien, pero están muy cómodos en el lugar donde están”. Era un espacio abstracto. Entonces dijo: “Pongan la puesta en un lugar que los incomode”. Hasta ese momento trabajábamos en una cuadrícula que no remitía a ningún sitio concreto. Es entonces cuando apareció la idea de una sala de hospital neutra, blanca, sin demasiadas señales.
M.M.M.: Asociamos el lugar con una espera incómoda.
A.L.: Sí, podría haber sido un hospital como un aeropuerto, una terminal de ómnibus o un banco. El audio del principio del espectáculo da la idea de un espacio público. La paciente desguarnecida en un lugar frío, solitario, está esperando que llegue alguien. Pero después es como vos decís: la referencia al hospital desaparece.
Además, es otro frente para provocar extrañeza. ¿Qué va a pasar en este lugar? De alguna manera, ese espacio le da una contención a eso que está ocurriendo, aunque nada lo explique. Es una referencia un poco tramposa, si se quiere. Pero hay un código que se va instalando con relación a cada personaje. Un código que el espectador aprende a lo largo de 50 minutos.

- ¿Cómo se incorpora el músico al relato?

M.M.M.: En principio se incorporó por la necesidad de que esto no fuera un monólogo, por un deseo de no estar sola en la escena. También, dado que la imagen del padre empezaba a aparecer más fuerte que la de la madre, se necesitaba una presencia masculina.
A.L.: Se creó un diálogo que no sólo es verbal, sino que es entre la música, el cuerpo y la actuación. Ésa, creo, es una de las cosas más logradas de la obra: cómo la música crea un clima y no constituye una decoración ni un elemento impostado, sino parte de lo que está pasando.

- ¿Por qué Árboles?

A.L.: Hay tres árboles a lo largo de la obra y cada uno estructura una escena.
M.M.M.: Queríamos algo que se asociara con la vida, aunque éstas no fueran historias alegres, algo que se relacionara más con la luz que con la oscuridad.
A.L.: Hay una frase en la obra que tiene que ver con esto: “animarse a vivir más allá de la edad que tendrán ellos para siempre, sobrevivirlos”. La obra, en ese punto, es una apuesta   para que  la orfandad no te mate. Que ésta sea algo constitutivo de la vida, pero que te deje seguir viviendo.

- Lo del tiempo es interesante, aparecen muchos tiempos laxos...

A.L.: Sí, lo trabajamos adrede. Queríamos que el trabajo llegara al límite, que se pasara, queríamos llevar al espectador al borde de la resistencia de la espera. Que viviera la espera como algo agobiante. Provocar cierta mudez, hacerlo pasar por un proceso que tiene sus tiempos para digerir.

- No veo una idea de remarcar la orfandad en el sentido de hacer referencias explícitas...

A.L.: Claro, porque si bien uno puede hacer una lectura política de la obra, ésta no tiene el estilo de propuestas como Teatroxlaidentidad u otras, que se meten a hacer de eso un recorte histórico preciso. Árboles habla de la orfandad en un sentido más universal. Si bien hay un montón de citas para los que conocen la historia de María o la mía, éstas son secretas, no públicas, están ahí pero no son una pancarta. El espectáculo tiene que ver con otra forma de entender la política, la cual no tiene por qué ser solamente una pancarta, sino una manera de reconstituir vínculos y narrar historias, no enmudecerse. 
M.M.M.: El tema de elaborar las ausencias es lo que a mí me interesa, más que el por qué de las ausencias.
A.L.: No es tanto la denuncia, sino la posibilidad de elaborar colectivamente la ausencia y poder sobrevivir a los que no están. Eso atraviesa a cualquier huérfano y tiene que ver, si se quiere, con una orfandad colectiva y social.
M.M.M.: Además, cuando uno es pequeño carga con la ausencia, no carga con el peso político. Eso viene después, cuando lo empezás a entender, a elaborar. En cambio, la ausencia es algo mucho más primario.