Acaba de finalizar la vigésimo primera Fiesta Nacional del Teatro, que esta vez se llevó a cabo en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, luego de muchos años en los que este encuentro de carácter anual se produjera en ciudades del interior como Salta, Mar del Plata, Mendoza, Rafaela o en simultaneidad en tres localidades patagónicas: Gral. Roca, Cipolletti y Villa Regina.
Llegar a la Fiesta Nacional implica un previo paso por las fiestas provinciales y luego las regionales, instancias éstas selectivas, tras las cuales quedan elegidos aquellos que el jurado vota como ganadores, para participar en el encuentro.
Para hablar específicamente de los espectáculos que se presentaron, es inevitable hacer un recorte, ya que dada la magnitud del evento y la cantidad de propuestas que llegan desde todas las regiones del país, es imposible asistir a ver todo y, por ende, necesariamente la impresión final es parcial. De todas maneras cada fiesta tiene su propia respiración y eso se percibe, más allá de la cantidad de obras vistas.
Para quien suscribe, el encuentro comenzó con La sexualidad de Sandra, de la ciudad de Córdoba, con dramaturgia y dirección de Maximiliano Gallo y actuación de Analía Juan y Lucía Márquez, un espectáculo que plantea el encuentro (o tal vez desencuentro) de una pareja de dos mujeres, que habla del amor no correspondido y, al mismo tiempo, de la presencia de la muerte, del suicidio, como una manera de enfrentar el sin sentido de la vida. Lo más interesante del espectáculo es su forma de contar, que incluye avances y retrocesos, repeticiones, que permiten ver con otros ojos lo que ya parecía seguro, planos, contraplanos que mueven el punto de vista de la historia. No tan atractivos son los diálogos, que en algunos momentos se vuelven muy explícitos. En cualquier caso, se trata de un trabajo que tiene mirada propia, más allá de los altibajos.
De Rosario llegó Una (siempre fuimos vulnerables), un espectáculo dirigido por Jorge Dunster, en el que la actuación es vedette absoluta, pero en el que la dramaturgia y la dirección tienen una fuerte presencia. Allí, Amanda y Miranda Gierbrich, dos mujeres de avanzada edad y decadentes, creadas por Sergio Escobar y Horacio Sansivero, están solas y aisladas. Con una composición absolutamente recargada de los personajes que recuerda las mujeres de Antonio Gasalla o las de Alejandro Urdapilleta, el espectáculo es una sucesión de escenas de estas dos señoras encerradas y saturadas.
La dramaturgia está armada sobre la base de repeticiones y circularidades, que constituyen el corazón mismo de la sensación de aislamiento y decadencia de estas dos mujeres. Por momentos esta saturación resulta un poco excesiva. La propuesta constituye una mirada cruda sobre la vejez y el sadismo de estas dos hermanas. Como en otras ocasiones, Rosario mostró en la Fiesta, su singularidad.
Tres viejos mares, con texto de Arístides Vargas, es uno de los espectáculos que vinieron de San Juan. Con dirección de Rubén González Mayo y actuación de Rosa del Valle Yunes, José Aseguinolaza y el mismo González Mayo, el grupo Sobretabla impactó con la construcción del espacio y con un elenco muy profesional. La escena muestra tres viejos que miran el mar e imaginan cosas que allí ven. La memoria aparece en esas construcciones, retazos del pasado y hasta la premonición de la propia muerte. El espacio, de colores claros en tonalidades beige y amarillo, se planta sobre una enorme tela suave que es la playa. Esos colores y ese material le dan un carácter liviano y casi etéreo a las escenas (que transcurren siempre en el mismo sitio), claridad que contrasta con la pesadez de los recuerdos.
El grupo Danza viva-teatro coreográfico, de Córdoba, mostró Área restringida, con dramaturgia y dirección de Cristina Gómez Comino e interpretación de Ana García y Laura Fonseca, un impecable trabajo de dos bailarinas-actrices que abordan como temática el mundo de las mujeres, sus conflictos, en el marco de un espacio delimitado, en este caso, por una mesa y sus adyacencias. Allí se despliega todo: sus fantasías, sus agresividades y competencias, su dolor. Alrededor de ese lugar, la mesa, destinada milenariamente al momento del encuentro, al amor, la camaradería, sucederán algunas cosas terribles y otras muy escondidas. Habrá lucha, violencia y deseo. Todo ello en un lenguaje de movimientos absolutamente precisos, sincronizados al máximo, con cambios de ritmo que, ligados a la imagen que se genera, renuevan permanentemente el interés del espectador. Área restringida muestra la violencia y los deseos contenidos en el ámbito de lo cotidiano.
Artificio casamiento vino de la mano del Centro Experimental Rosario Imagina, dirigido por Rody Bertol. Se trata de una boda que se desarrolla en un club de barrio, en cuyo transcurso saltan todas las infelicidades e insatisfacciones de los supuestamente bien casados. Un espectáculo en el que, desde el comienzo, se percibe la puesta en jaque de la institución matrimonial. La particularidad que tiene es que los espectadores forman parte de la fiesta. Los actores se ubican en las mesas del lado de adentro y manifiestan sus comentarios y opiniones a los otros invitados, es decir, el público, que se sienta del lado de afuera. Mientras tanto, en el centro de la escena, que en ocasiones es también centro de la pista y en otras un espacio que bien podría ser un patio externo, se desarrollan los cruces de parejas, las declaraciones de frustraciones añosas, los amores cruzados y prohibidos. Artificio casamiento es una ingeniosa idea, aunque no completamente original (hemos visto en el teatro un casamiento con un signo más paródico y fuertes connotaciones barriales, en El casamiento de Anita y Mirko, del Circuito Cultural Barracas), que tiene algunas actuaciones muy buenas y otras no tanto, y cuyo planteo se vislumbra a poco tiempo de comenzado el espectáculo. Artificio casamiento logra que flote la memoria, la nostalgia de otros tiempos, así como también el desencuentro y una mirada crítica hacia la hipocresía social.
Más allá de las particularidades de estas propuestas mencionadas, cabe destacar que hubo cuarenta espectáculos de diferentes provincias, tales como La omisión de la familia Coleman, con dramaturgia y dirección de Claudio Tolcachir; No me dejes así, creación colectiva, con colaboración de Mauricio Kartun y dirección de Enrique Federman; Decidí canción, con guión y dirección de Gustavo Tarrío, las tres en representación de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires; Un mundo de Cyranos, escrita y dirigida por Manuel González Gil, de Tucumán; El ombligo del sol, de Jujuy, con texto y dirección de Manuel Maccarini; Donde el viento hace buñuelos, cuyo autor y director es Arístides Vargas; Pata de fierro, con dramaturgia del grupo Nuestramérica, de Villa Regina y dirección de Dardo Sánchez, entre otros. Hubo, también, dos espectáculos invitados: Los mansos, con autoría y dirección de Alejandro Tantanian y ADN, de Ulises Bechis, por el grupo La cochera, de Córdoba, con dirección de Sergio Osés.
Hubo, además, actividades especiales, talleres, mesas redondas y presentaciones.
Al finalizar el encuentro, se entregaron algunas distinciones, hecho que no es habitual en las fiestas nacionales.
Esta vez el INT decidió que la sede debía ser Buenos Aires. En algún sentido, esta elección benefició la Fiesta, por la cantidad de salas involucradas y de público porteño que, seguramente, vio espectáculos a los que en general no tiene acceso (la entrada era gratuita) Sin embargo, las dimensiones de esta ciudad, las enormes distancias, probablemente hayan diluido un poco el espíritu de encuentro que se da en ciudades más chicas. En fin. Será hasta la próxima.