No me dejes así reinstala casi automáticamente una pregunta que podría formularse, en términos de Henry Bergson de la siguiente manera: ¿qué hay en el fondo de lo risible?
Los indicios, de entrada, remiten a una tragedia: el llanto desconsolado y ciertas
palabras insistentes que dibujan la desdicha de manera constante. Sin embargo, la risa de los espectadores acompaña casi desde el primer instante.
¿Cuál es el mecanismo que produce la carcajada, la lectura no literal de lo que se dice, que permite inferir que ese no es un llanto para acompañar? ¿Qué es lo que hace reconocer, en fin, el presupuesto sobre el que inscribe la puesta?
Enrique Federman, director de No me dejes así, sostiene que dado que la tragedia y la comedia son extremos que frecuentemente se tocan, según el punto de mirada, decidieron trabajar desde la “mayor verdad posible” entendida teatralmente. Luego de transitar por lugares comunes, recurrieron a una práctica que Mauricio Kartun denomina “humor invisible” y que consiste en poner el énfasis en lo dramático, borrando los procedimientos habituales de la comedia.
Trabajaron también, nos confirma, la precisión como un mecanismo de relojería, la deconstrucción del gag típico del clown y de la comedia física en un envoltorio viciado de formalismo.
Todas las situaciones excesivamente formales son la plataforma perfecta para ser desmembradas parte a parte, hasta convertir cada miembro en un objeto desarticulado e inútil, imposible de reconstruir en función de alguna totalidad perdida.
La elección temática, sugerida, confirmada, desdibujada, no es un dato menor para el trabajo que llevan a cabo. Si la insensibilidad es un síntoma que acompaña la risa, como dice Bergson, el medio natural de lo cómico es la indiferencia. La de los espectadores por supuesto. Si se asiste a la vida como un espectador indiferente los dramas devienen comedias.
Cuando se llora mostrando el mecanismo del llanto se produce lo cómico, el acto se exacerba y se pone de manifiesto. Las peleas funcionan de la misma manera: en la mecanización, el automatismo, se pone de relieve la ficción. Es la imitación de lo real, insistente en tanto imitación, la que desvincula toda posibilidad de lectura de identificación y por lo tanto produce el efecto contrario.
Dos procedimientos más, de acuerdo con lo que plantea el filósofo, entran en juego: la interferencia de series (como en el caso de la conversación sobre la búsqueda del negocio donde se produzca el milagro del hallazgo del repuesto adecuado para el inodoro) y la recurrencia a los términos concretos, a los detalles, a los hechos precisos, construidos tanto desde lo verbal como desde el lugar de los cuerpos.
Cada una de estas piezas se articula con suma prolijidad para leer la risa donde se inscribe la superficie del llanto.