José María Muscari, actor, director y dramaturgo, tiene 29 años y más de 17 obras estrenadas. Fue convocado para dictar un curso de dirección, actuación y dramaturgia en la escuela Silvio Dámico de Roma y también para dirigir al grupo de actores de la Compañía La Cochera de Paco Giménez en Córdoba.
Todos los sábados a la noche le pone el cuerpo a uno de los personajes de Shangay”, espectáculo que lleva dos temporadas en cartel, mientras prepara un viaje a Barcelona para realizar el casting de actores para la versión española de la obra.
Partidario de la autogestión, cuando tiene un objetivo claro, no existen obstáculos que le impidan encarar una puesta. “Soy muy expeditivo, si quiero algo, siempre busco la forma de hacerlo como lo quiero. Nunca me conformo, si no hay plata para la escenografía, busco un subsidio, o consigo que alguien me regale la pared como yo quiero, o vuelvo loco al empresario para que me preste la silla que necesito. No me gusta restarle a lo artístico. Cuando no hay plata las ideas se potencian”, sentencia el dramaturgo.
Sus obras nunca pasan desapercibidas y en todas brilla el sello provocador de su gestor. Durante esta entrevista, Muscari nos cuenta sus proyectos y nos invita a recorrer el mundo de “Shangay”, un mundo de desamor y soledad que transcurre al compás del sushi y el champagne.
 
¿De qué se trata Shangay?
Cuenta la separación de una pareja gay en el medio de un restaurante chino con la presencia de la madre de uno de estos personajes que intenta que no se separen. También, hay dos meseras seudo geishas, una especie de emulación de lo peor que tenemos los porteños sobre la imitación de lo extranjero. Creo que en realidad, el espectáculo es una explosión de soledad urbana, son cinco personajes que están muy solos, con diferentes frustraciones de amor: la pareja gay que habla y no se entiende, como siempre pasa cuando un amor está llegando al final, la madre que trae todo ese bagaje de frustración de mujer de cincuenta años, abandonada por el marido y abocada a la frivolidad y estas dos meseras raras con una sexualidad indefinida que están muy solas en la plenitud de su juventud.
La obra habla del fracaso y la durabilidad del amor y también de las variantes del dolor. En un principio, se me ocurrió que para puntualizar bien estaba bueno, que fueran dos hombres en vez de una pareja heterosexual, que eso volvía más puntual a la historia y después decidí que todo se desarrollara en un espacio poco convencional, que vos dijeras: “Esto no es en un pub gay, no es la casa de uno de ellos”, es en un lugar que no tiene nada que ver, donde la gente come sushi y las chinas hacen unos shows medios grotescos. Creo que ese show le agrega más soledad a la desazón de esas dos personas. Son como capas de cebolla que se van saliendo y por último queda el dolor de esos cinco seres ya sin pose alguna. Para mí el espectáculo, es muy alentador, me encanta hacerlo, me gusta exponerme de esa manera...
 
¿Es la primera vez que dirigís y actuás?
Si es la primera vez que hago las dos cosas. Siempre le tuve miedo a la combinatoria de la dirección y la actuación, porque me parecía que siempre había un rol que terminaba perdiendo objetividad. Por eso, tomé muchos recaudos y en Shangay cuento con la gran ayuda de María Urtubey como coach actoral, que es fundamental en el sentido en que todo el tiempo sigue trabajando a la manera como yo dirijo, que es sobre el espectáculo mismo.
La obra cambió bastante desde su estreno en el Abasto Social Club.Inicialmente el papel de la madre lo hacía otra actriz y el personaje era otro, porque la actriz era flaca, rubia, muy europea y como este año tuvimos muchas giras por el interior y la actriz no podía, llamé a Mirta, que ya había actuado con nosotros en Derechas  y cambió el estilo del personaje. Ahora, el papel de la madre es más italiano, lo llevé más al lado de los excesos, es una mujer que come, que chupa, que está como sacada, una mezcla rara entre Susana Giménez, Claudia Maradona y Versacce, una mujer muy bizarra y kitch.
 
¿Cómo fue la experiencia de “Shangay” en el Teatro El Maipo?
Muy buena porque mi espectro de público se abrió mucho, empezó a verlo gente que nunca hubiera ido al Abasto Social Club y que ahora tampoco iría al Teatro Antesala de Palermo.
El público era una mezcla rara, entre señoras conchetas y paquetas que pagaban cuarenta pesos la entrada para sentarse en unas mesas donde servían champagne y los espectadores que habitualmente siguen mis obras.
Una vez me pasó que terminó la función y una pareja de setenta años que va siempre al Maipo, se acerca y me dicen: “Nunca había visto un espectáculo como éste, pero nosotros nos peleamos por las mismas cosas que ustedes”. Creo que eso es un poco el paradigma de los que pasa, porque los heterosexuales se relajan viéndolo y dicen: “Yo no soy así porque esto es de una pareja de gay”, y después cuando termina la obra se dan cuenta que lo gay es casi una metáfora para ponerle un color que el tema es mucho más universal.
Shangay” abre un abanico y todo el mundo repercute en algún sentido, porque todos pasamos por ese lugar de pelearnos con el otro por celos, por la división de los bienes, o por la propiedad que uno quiere tener sobre el otro. Sensibiliza a quién lo ve no porque apunte a una cosa de impacto sensorial sino porque el temor a la soledad nos incumbe a todos y alguna vez todos nos hemos preguntado porqué no puede durar más el amor con una persona.

La obra viajó al interior ¿cómo fue la repercusión del público?
Fuimos a Río Negro, a Misiones y a Santa Fe y este verano la vamos a llevar a Mar del Plata. Siempre funcionó muy bien con reacciones muy dispares, por ejemplo, en Río Negro, la gente aplaudía la escena sadomasoquista. En el interior hay menos prejuicios entonces por ahí, la gente se ríe y se emociona más. El público no está acostumbrado a obras de estas características, siempre llegan espectáculos consagrados con grandes figuras, pero siempre a la italiana, con el actor lejos, entonces la gente agradece mucho. Además, lo que suele pasar es que nosotros usamos espacios convencionales de una manera distinta. Me acuerdo que en Misiones, cambiamos de lugar las butacas e hicimos un escenario circular con nosotros en el medio y cuando llegaban y veían todo dado vuelta no lo podían creer...
En ese sentido, te diría que tiene casi una función pedagógica, porque llevamos un formato espacial y una manera de hacer teatro que no es habitual para el público del interior, por eso creo que es altamente positivo y me gustaría seguir viajando.
 
¿Qué estás preparando para la reinauguración de la temporada del Teatro del Pueblo?
Una obra que se llama “Piel de Chancho” y se va a estrenar a mediados de febrero con la actuación de María Aurelia Bissutti, Laura Espinola y Armenia Martínez. Es la historia de una abuela, su hija y su nieta atravesada por la tragedia de un incendio. La abuela quedó toda desfigurada a causa del incendio y le tienen que hacer trasplante de piel de chancho en su cuerpo, por otra parte, la hija es una lesbiana que maneja una librería y tiene problemas depresivos y la nieta es bulímica-anorexia. Son tres mundos trágicos juntados en una misma casa, tres generaciones diferentes bajo la mirada de una familia disfuncional, sin hombres. En realidad, me cuesta bastante conceptualizar sobre trabajos que todavía no están en escena.
 
¿Qué temática abordás en Sensibilidad”, la obra que estás montando en Parque Chacabuco?
 Es una especie de mirada antojadiza sobre el universo de la salud pública en la Argentina y sus consecuencias en nuestras vidas, sería como mi visión sobre la salud pública. Este tema me atañe y me preocupa porque durante mi infancia recorrí muchos hospitales acompañando a mi padre cada vez que tenía problemas de salud.
Sensibilidad la estamos haciendo todos los sábados de noviembre a las seis de la tarde en el Centro Cultural Adán BuenosAyres. Es una especie de working in progress que después lo vamos a estrenar de manera formal en un teatro. Es como un circuito de prueba donde monto el espectáculo, lo pruebo frente al público y lo sigo variando como si estuviera en un ensayo. Este mecanismo ya lo utilicé con Grasa que también empezó así. A mí me gusta plantear tiempos cortos de ensayo y me sirve para ir modificando cosas.
 
Este año te convocaron de La cochera de Paco Giménez de Córdoba, ¿cómo es esa experiencia?
El grupo cumplía veinte años y a Paco Giménez se le ocurrió un proyecto que se llama “Cruza” y consiste en llamar a otros directores para que dirijan a los actores que siempre trabajaron con él. Y ahí, entro yo y empiezo a viajar todas las semanas para ensayar. El primer día los actores me mostraron los cuadros que venían armando y me puse en el rol de director para tratar de armar un nuevo universo con ese material que ellos ya venían gestando.
Esta experiencia es muy rara porque estoy trabajando con el imaginario que provocó otro, en un espacio de otro, con actores que tienen una estética de actuación de otro, pero como tengo una impronta muy fuerte de admiración por lo que hace Paco Giménez, me enorgullece mucho que me hayan convocado.
Aunque estoy un poco estresado con tantos viajes, lo estoy disfrutando mucho, porque hay algo de la no pertenencia que me obliga a un riesgo extremo y me expone a tener que resolver con mi imaginario y mis objetivos sobre una realidad que me es ajena y no fue concebida por mí. La obra se va a estrenar la última semana de noviembre en Córdoba, vamos a hacer seis funciones y si la experiencia sale bien y existen posibilidades económicas y de realización, me gustaría hacer también una puesta acá, en Buenos Aires.