Cuando Lucía Perl, la directora de Remitente Lorena cuenta en qué consistió el proceso creativo ingresamos en un universo epistolar femenino “había escrito distintas cartas de una chica joven, al principio leíamos esas cartas pero luego fue tomando cuerpo una en particular: la que dirige a un chico con el que salió una vez”.
A partir de la carta empiezan las preguntas “¿Cómo sería- se interrogaba Lucía Perl- la que escribía un texto como ese?".
Las cartas, finalmente, desaparecieron pero la pregunta fue el punto de partida de construcción del personaje, luego empezaron las improvisaciones, la idea de la mudanza y fundamentalmente, la decisión de que la actriz estuviera sola.
El teatro ha incursionado largamente en propuestas para un solo actor. La forma del monólogo, el desdoblamiento del actor en más de un personaje, la narrativa oral… Son múltiples los seres de ficción convocados por un solo cuerpo y una sola voz, entendido esto, como provenientes de un único sujeto empírico ( real, concreto, con nombre y apellido…)
Remitente Lorena, en este sentido, entraña una proposición particular. Hay en escena una sola actriz, Pilar Gamboa,  que representa a una tal Lorena. El desafío es audaz: cómo pasar de una vivencia íntima, personal, comunicablemente inútil, a ser objeto de puesta, cómo contar algo, aunque sea pequeño, en un marco que reniega de los recursos habitualmente puestos en juego en el lenguaje teatral. Contar sin contarle al público, sin interpelarlo, contar sin posicionarse como un ser monologante y sin tener objeto naturalizado (animal, muñeco, ser mudo) de la intervención verbal. Pero no sólo en términos verbales, sino también a través del cuerpo, con el espejo como testigo privilegiado y con la música como iniciadora de todo movimiento.
Es cierto que son múltiples las experiencias teatrales que juegan en el borde de lo teatral y que eluden las reglas de construcción (suponiendo que éstas existieran) pero también es cierto, que del mismo modo dejan a un lado todo interés por alguna clase de relato.
Lo que caracteriza a este trabajo de Lucía Perl , es que luego de crear expectativas de narración ausente, de posicionar a los espectadores como espías de un día indiferente en la vida de una Lorena cualquiera, la singulariza a través de un relato.
La información, dosificada, cuidadosamente construida, permite el pasaje del no saber  (y no esperar saber nada)  a comprender lo que ha sucedido.
Quien remite, construye un otro ausente de la escena, pero presente en la historia. Los borramientos y las nuevas escrituras articulan una trama simple, con todas las connotaciones positivas del término. Con una economía, prácticamente extremista, de palabras, las autoras Gamboa, Muschietti y Perl revelan que es posible haber contado una historia y enterarse después.
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