Cuando un dramaturgo se decide a dirigir su texto dramático o cuando un director se decide a poner en escena un texto de su autoría, son múltiples las cuestiones a tener en cuenta en esta particular tarea que es la trasposición. Siempre es así, el pasaje de un soporte (los textos en un papel) a otro (los cuerpos- iluminados, vestidos, peinados/despeinados, móviles, dicientes- en un tiempo/espacio con espectadores copresentes) necesariamente implica una serie de reflexiones y de decisiones para la articulación de un sistema otro. Si la puesta, además, incluye la música como recurso constitutivo ¿sospechamos el texto dramático como partitura? ¿una especie de indicación ordenada, pautada, de todos los pasos a seguir, que convierten al texto dramático poco menos que en un texto instrumental en función del otro, el espectacular? Si lo hacemos, en el caso del trabajo de Alfredo Rosenbaum nos equivocamos.
A primera vista, la distancia entre los textos dramático y espectacular es altamente significativa, salvo el nombre “suite” que construye referencia musical y la división del texto -sólo- verbal en “piezas”, cada una de ellas numerada, no parece haber otras indicaciones virtuales de lo musical en la puesta. Se podrá decir: “está bien, son textos diferentes” y la respuesta sería aceptable, sin embargo, si se observa con mayor atención se puede percibir que el ejercicio de trasposición es verdaderamente cuidadoso puesto que mantiene eso que hoy no tiene nombre, pero que en otro tiempo se hubiera denominado, ambiguamente,”espíritu” sin demasiados cuestionamientos.
En el texto dramático, la inscripción de palabras como “coro de lloronas” “orquesta de señoritas” o la superposición de voces “Madre/Margarita”, “La que cuenta el cuento/Madre”, “La que cuenta el cuento/coro de rezadoras” nos remiten inmediatamente a un registro coral, si a ello se agrega el juego con los significantes
(“Se va, se va Margarita en la barca amarga marcada por ese amor tajeado, amortajada margarita herida perdida para siempre”), las reiteraciones, las construcciones paralelas, se concluye, entonces, que el ritmo está articulado ya desde lo verbal (cuán cerca están la poesía y la música).
Por otra parte, Rosenbaum aporta una mirada muy interesante respecto de estos vínculos textuales cuando afirma que “Margarita se instala en el cuerpo de diferentes actrices” pero está lejos de poder ser considerada un personaje tradicional, “se diluye como identidad en los cuerpos de las actrices para devenir otras mujeres, siempre poco conciliables, escasamente armónicas” Esta ausencia de historia también la liga con lo instrumental musical, sostiene que una suite es “una suma de piezas breves, precariamente ligadas unas a otras, que al trasponerse a lo teatral produce el estallido de las categorías de personaje, situación y trama”
Es decir, el pasaje de una materia significante a otra , ha dejado como resultado dos textos absolutamente autónomos, legibles, dos escrituras poéticas con materiales diversos: las mudas palabras en uno, los cuerpos, las palabras dichas y la música, en el otro.
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