En la esquina de Niceto Vega y Armenia está Tadrón. Palermo le abrió los brazos hace ya 15 años, justamente en ese sector del barrio en el que se asienta la comunidad armenia. Para celebrar este aniversario, los responsables de la sala decidieron reponer el espectáculo con el que la abrieron en 1996. Se trata de Volvió una noche, de Eduardo Rovner, aunque en aquella oportunidad la obra era en idioma armenio y en ésta es en castellano y la familia de esta ficción, en lugar de ser judía, como en el original, es también armenia. El intercambio cultural es una de las características centrales de esta sala, en la que todos los años se hace el ciclo Teatro por la Justicia, en conmemoración del genocidio armenio.
Como parte de las celebraciones habrá estrenos, reposiciones, y una decisión muy especial: homenajear al escenógrafo Gastón Breyer, quien fuera uno de los maestros de Herminia Jensezián, actriz, directora,  fundadora y una de las cabezas de sala. El homenaje consistirá en poner a la sala el nombre del maestro. Además, Tadrón expondrá en soporte físico y virtual el impresionante archivo de Breyer, que contiene material de más de 200 escenografías. Así celebran. Con estas acciones levantan su copa para brindar. Y así cuenta Herminia, en esta entrevista, los últimos 15 años que vivió en esta experiencia llamada Tadrón.

-¿Qué es Tadrón?

-Debo confesar que el nombre de la sala es una redundancia, ya que significa “teatro” en armenio.

-¿Cuáles fueron los objetivos hace 15 años al fundar Tadrón y cuál es la marca que tiene de la cultura armenia?

- Mi marido y yo fundamos nuestro conjunto de teatro hace 27 años. En aquel momento dábamos obras en idioma armenio. Él también es actor y director, pero en la cultura armenia. Yo me fui formando acá con maestros muy fuertes, entrañables y talentosos. Por un lado con Gastón Breyer, en escenografía, heurística, vestuario e iluminación y, por otro lado, con Juan Carlos Gené, en dirección y puesta en escena. Ellos me marcaron mucho, no sólo en la profesión, sino también en la vida. Con el tiempo se generó una amistad con ambos. Por eso siempre me pude servir de sus consejos y de la sabiduría que tenían. Al ir formándome armé el camino. Así que, de hacer obras únicamente en armenio, pasamos a un intercambio cultural. Comenzamos, entonces, a hacer autores argentinos en armenio y autores armenios en castellano. Ésa fue la riqueza, aquello que nos permitió crecer. En 1990 ya empezamos a hacer las funciones en armenio con traducción simultánea al castellano. Eso nos permitió abrirnos y no quedarnos en una sola cultura, poder transitar ambas. Fue entonces cuando hicimos el primer intercambio argentino armenio al llevar La nonna, de Roberto Cossa, a Armenia. Fue una novedad y, además, algo impresionante ver cómo la gente se sentía identificada con esa nonna, que parecía tan argentina.  
En algún momento sentimos la necesidad de tener un techo propio. Hacíamos obras en diferentes casonas, colegios, sótanos o en el patio de la iglesia, pero también necesitábamos tener nuestro lugar para proyectarnos y seguir creciendo. En 1996 nos instalamos en esta sala. Ahí termino de concretarse nuestra apertura. Pudimos no sólo poner nuestras obras, sino exhibir las de los demás y tener talleres. Eso hizo lo que es hoy Tadrón. Al principio lo iniciamos muy tímidamente, luego nos fuimos instalando. El camino nos enseñó. Inauguramos con Volvió una noche, de Eduardo Rovner, en aquel momento en armenio. Hoy, a 15 años de la inauguración, la repusimos en castellano, pero centrándonos en una historia que sucede en una familia armenia.

-¿Por qué se instalaron en este barrio? ¿Fue casualidad o fue porque aquí estaba y está la sede de la comunidad armenia?

- Teníamos un estudio de teatro acá cerca, en Córdoba y Godoy Cruz. Surgió esta esquina, que estaba disponible, y nos instalamos aquí. Al principio la ocupamos, en común acuerdo con los dueños, y después, de a poco, nos adueñamos y la compramos. Fueron casualidades. No buscamos que fuera esta esquina pero sucedió así. Las cosas fueron cerrando y dijimos  “Bueno, si se da?, si sucede, conviene. Será así, entonces, que tenemos que hacerlo”. Sucedió así y funcionó.

- ¿Qué era antes este lugar?

- Este lugar se construyó en 1912, o sea que esta casona vivienda cumple ahora 100 años. Un tal señor Arias le encargó al arquitecto que fuera una panadería. Me imagino que jamás habrá pensado este señor Arias que algún día esto sería una sala de teatro. Sé que después de aquello fue farmacia y que antes de que nos instaláramos acá, por dos años, fue parripollo. ¡Lo que nos costó sacar la grasa a esa parrilla que estaba aquí adentro! Fue impresionante. Durante bastante tiempo, cuando el sol apuntaba a la vitrina, todavía salía olor grasa. Creo que, por ser una casa de esa antigüedad, no ha tenido tantos rubros.

-¿En todos estos años hicieron reformas?

-Al principio nos instalamos y al espacio que tenía para venta le agrandamos una pieza que había. Así fue la primera sala, que tenía capacidad para 40 o 45 personas. Pero la parte escénica era muy chica, era en chanfle, ocupaba la esquina. En 2002 hicimos la ampliación. Dejamos una sola pared que separa la cafetería de la sala, y todo lo demás fue utilizado para la sala.

-Ésta no es una sala que tenga una disposición convencional ¿Cuáles son los beneficios y cuáles las dificultades, teatralmente hablando?

- Hemos dejado la carcasa del edificio, que es de 45 cm de ancho, y eso realmente nos sirve, ya que todos los teatros alternativos tiene el problema del sonido. Si bien no aísla totalmente los ruidos, ese grosor nos protege bastante del sonido externo. Alguna sirena o alarma, o bien el ruido de los colectivos, a veces se filtra. Pero también hay muchos beneficios. La hemos abierto toda y tenemos gradas con ruedas, entonces nunca imponemos la disposición espacial de los espectáculos. Cada teatrista la arma como necesita. Por otra parte, tiene una muy buena tramoya. Se puede subir desde el subsuelo a escena directamente. Esto ya estaba, porque la construcción de la casa ya incluía un subsuelo bien amplio, en el que hoy guardamos las escenografías. Creo que hemos exacerbado las virtudes que tiene y minimizado la filtración del sonido.

-¿Cuál es el criterio de programación?

 -Tenemos producción propia, pero además exhibimos obras de otros. La programación es anual y la elegimos entre 3 personas. En el criterio prima la calidad del espectáculo. Siempre aclaro, cuando nos acercan una carpeta, que el criterio no tiene nada que ver con la técnica, ni con la iluminación ni con el vestuario, sino con el talento del actor. Si no tienen video de todo el espectáculo, siempre pedimos ver aunque sea un ensayo.

-¿Qué cambió en 15 años en cuanto a la realidad de la sala?

-Muchas cosas. Para los teatristas hay algo que cambió mucho y que hoy es definitorio. Es el hecho de tener que contratar un agente de prensa. Antes eso no existía. Uno conseguía las notas en contacto directo con los críticos en el diario. Hoy, si no hay un agente de prensa que establezca el vínculo, es como si no existiera el espectáculo. Esa intervención nos afecta mucho, no sólo en lo económico, sino también en el hecho de perder el vínculo directo con el medio o la persona especializada. Al teatrista eso lo marcó de otra forma. En todo lo demás, el teatro sigue siendo artesanal. Eso es lo maravilloso. Las formas cambiaron, para bien y para mal. Hoy, a través de un correo electrónico, uno se entera rápido de las cosas, puede reservar una localidad. Eso es bueno. Pero cambió el contacto, la forma del vínculo.
Con respecto a cómo mantener la sala, es tan difícil como el primer día. Hay muchos meses en que se vuelve imposible sostenerla y uno tiene que hacer malabares a ver cómo sigue. Por suerte tenemos una cafetería. A veces la cafetería mantiene la sala y viceversa. Todavía buscamos las formas, como el primer día, de que esto se automatice para poder respirar un mes, pero aún no se dio. Muchas veces la actividad de mi marido, que no es únicamente el teatro, puede cubrir los rojos de la sala. Así que eso no cambió. Sigue siendo tan día a día como el teatro mismo.

-¿No tienen ninguna clase de subsidio?

-Tadrón a veces consigue subsidios para el ciclo Teatro por la Justicia, del cual que nos enorgullecemos, un ciclo que es muy costoso para mantener todos los años. Lo hacemos con mucha pasión y convicción. Creo que el hecho de que yo sea hija de sobrevivientes del genocidio armenio, perpetrado por el Estado turco entre 1915 y 1923, hace que tenga algo ahí por remendar y elaborar. El ciclo sigue siendo una necesidad. Se reciben obras temáticas sobre justicia y derechos humanos. No todas, por supuesto, sobre el genocidio a los armenios, pero sí sobre cualquier forma de violación de los derechos humanos. Sé que nos identifican con el ciclo. A veces tenemos subsidios, otras no. Nos dimos cuenta, en todos estos años, de que la gente agradece saber más al respecto. Las obras que en el ciclo se presentan no son amables y gratificantes, sino duras, pero el público acude.

-Están en Palermo desde antes de que el barrio se volviera moda.

-En esta zona fuimos una de las primeras salas, cuando en la avenida Córdoba no había tantos locales de ropa ni estaban todas las confiterías que hay ahora en la calle Armenia. Nos generó mucho asombro este cambio del barrio provocada por una convención con criterio comercial. Muchos locales se abren y luego se cierran. Es el código de estos barrios de moda. Por suerte nosotros seguimos.

-¿Hay o no hay un público de la zona?

- Sí hay un público del barrio que ya nos adoptó. No podría decir que tengamos una corriente de espectadores propios, pero sí nos llena de alegría cuando la gente llama y pregunta “¿qué dan hoy?”. Eso es muy placentero, porque esta gente se comunica con el teatro para ver qué hay. Es público de la sala. Eso lo observamos también en la vigilia cultural que hacemos cada inicio del ciclo Teatro por la Justicia. Ahora la vigilia dura 12 horas, antes era de 24. Vemos a la gente del barrio, que viene a la noche, a la medianoche, nos trae una flor. Es impresionante. Hay gente que trae una poesía, en adhesión, una vela prendida, que nos dice “Yo vivo acá enfrente y estoy con ustedes”.

-¿Cómo hicieron para que eso se produjera? Muchas veces las salas no tienen un vínculo fluido con el barrio en el que están. Muchas se preguntan por qué el barrio no se arrima.

-No lo sé, realmente. Cada año ha crecido más la cantidad de vecinos que se acerca a estas vigilias, recorre la muestra, está. Muchas veces vienen a tomar un café y dicen “Vivo a mitad de cuadra, ¿qué obra me recomendás?”. Creo que el barrio condiciona que la sala sea como es. El barrio le da una impronta a la sala. Palermo es totalmente participativo. Pero también es una actitud nuestra. Hace 5 años nos convocaron para el Palermo Fest y participamos con nuestras obras, que podían ser vistas gratuitamente. También hicimos cine gratuito acá en Tadrón. Siempre nos interesó eso y el barrio respondió. No sé: quizás nosotros fuimos abiertos, quizás fue el barrio. Te cuento una anécdota: en 2002 cambiamos el formato de nuestra fachada (antes la entrada era por Niceto Vega) y pusimos la puerta en el frente, justo en la esquina. Modificamos, entonces, la disposición de la sala. Vino un vecino que era arquitecto y nos dijo: “Ustedes no se dieron cuenta, pero abrieron la sala al barrio”. Tal vez esa apertura de la puerta, como invitando a entrar, generó un cambio.

-¿Hoy ya no hacen más obras en armenio?

-Ya hace 3 o 4 años que no. Sólo si nos llaman de gira para Armenia, Líbano o Francia, o para comunidades armenias de afuera, pero no las hacemos acá en el teatro porque no tiene asidero. El idioma, muy a pesar nuestro, se dejó de hablar. Y hacer teatro para muy poco público, si bien las obras eran traducidas simultáneamente al español, no tiene tanto sentido. Nos interesa más hacer una obra, como Señor Garbis, que vamos a estrenar pronto, que habla de costumbres o historias armenias, en español. Preferimos mostrarnos desde el español e intercambiar.