Este artículo nació al volver de una de las funciones de Como el musguito en la piedra... de Pina Bausch y su compañía, en Santiago de Chile. Un país que siquiera imaginaba uno de los terremotos más feroces que azotaron la Tierra. Chile en el verano del 2010, a penas un mes antes de ese horrible hecho que aún está presente en la vida cotidiana de miles de chilenos.

El 23 de Junio habrá pasado un año del fallecimiento de la querida Pina. Acá va nuestro pequeño homenaje.

La danza como arte es de las disciplinas más esquivas al análisis epistemológico y la explicación semiótica, pero más lo es intentar compartir las sensaciones y emociones que surgen de presenciar espectáculos de danza. La danza como arte si bien comparte con sus colegas del teatro, de la plástica o la música muchos de sus parámetros históricos, realmente tiene poco que decir acerca de la comunicación y es complejo traducirla en palabras porque éstas la empobrecen. Y ni hablar de cuando se trata de una obra de la artista alemana Pina Bausch (1940-2009), con su tan particular modo de construir lenguaje. ¿Podemos sumar otro escollo para este intento? La obra de la gran artista que intentaré describir, fue la última que hizo antes de fallecer. AUDIO

Como el musguito en la piedra, ay sí, sí, sí  es una pieza que nació luego de la residencia que realizara la Bausch junto a toda su compañía en el sur y el norte chilenos, además de una permanencia en Valparaíso y en Santiago para llevar a cabo los primeros ensayos, durante dos semanas del verano anterior; pieza que fuera estrenada en Alemania en junio de 2009 apenas 18 días antes de su muerte. A Chile llegó para estrenarse mundialmente en el Festival Santiago a Mil, misma organización que había invitado al equipo también en 2007, momento en el que éste presentó Masurca Fogo, inspirada en Lisboa y Cabo Verde.

Muy disímil a la anterior, tan festiva, colorida y bizarra, Como el musguito... fue un hueso duro de roer para muchos espectadores, sobre todo para los que esperaban ver reflejado un Chile fulgurante como el que se desparrama por los diarios del mundo. O al menos un Chile reconocible, menos latinoamericano, más "actual". Si bien la pieza, como todas las obras del Tanztheatre Wuppertal, no intentó reflejar una realidad ni un ideología, ni menos un país con toda su complejidad, sino las sensaciones, las asociaciones, las resonancias en las vivencias personales que surgieron durante la visita a las diferentes geografías de Chile (del mismo modo que la compañía los hizo en otras oportunidades similares en relación a otras latitudes del planeta), los espectadores sencillos y avezados no dejaron de escudriñar en la obra para dilucidar la opinión que les había merecido a los multiraciales bailarines y diseñadores llegados de Alemania, su paseo por el desierto y las sureñas islas chilenas. Sin embargo, tal como no se cansan de advertir sus propios protagonistas y lo hacía en vida la misma Bausch, las piezas -y ésta no es la excepción- son una invitación a la imaginación, pretenden dar la libertad de elegir una historia propia. Lo más alejado de un documental.

Cabe recordar todo lo que costó a los porteños digerir la pieza de la Bausch preparada en torno de la visita que hiciera con la compañía en 1994. En ocasión del estreno en Buenos Aires, la coreógrafa directora dio una larga conferencia para algunos espectadores más o menos interesados en el tema, en la que hacía un llamado a bajar las expectativas, en pos de vivir la obra tal como se presentaba: "Bandoneón es muy austera, pero no lo es tanto si el espectador se entrega con sus emociones; quizá pueden encontrarla muy dura, pero encierra mucha ternura. Funciona cuando pueden entregarse a la música y a la acción", había dicho.

De todas maneras, y con el ánimo de compartir algunas de las sensaciones y reflexiones que dejó la profunda pieza de la Bausch, debo confesar que muchos rasgos de Como el musguito... traslucieron sus impresiones del viaje. Lo más llamativo es la escenografía, moderada, sencilla y llena de analogías: se trata de paneles blancos que conforman el piso, primero compacto, pero que en algunas ocasiones se divide y forma de zig-zag gigantes, de fallas geográficas como quiebres, brechas, dejando el piso escindido en islas, en trozos, para luego muy lentamente volver a unirse muy suavemente.

Mucho se ha hablado de la recurrencia del tema femenino en la producción bauschiana, y es ya obvio que era una de sus obsesiones. En su última creación no deja de apelar a ella, pero permite ver sus agudas observaciones sobre el machismo chileno; y no se limita sólo a la relación entre mujeres y hombres, sino que remite a actitudes femeninas que parecen buscar, por un lado, la aprobación del hombre y, por el otro, su rechazo. La mujer simbolizada en la nueva pieza bauschiana es sumisa al mismo tiempo que arrogante; sobrada y apocada. Y esos tipos los muestra Bausch de la mano de sus brillantes bailarinas, en tono sarcástico y también triste, casi dolido.

Es importante comentar que la mujer chilena, semejante a lo que es característico quizá de muchos otros países latinoamericanos en los que al machismo se le debe sumar la vejación sufrida por los pueblos originarios, fluctúa entre una fortaleza interna, constante, arremetedora y la sumisión más humillante. Por ejemplo, en la vida cotidiana de las ciudades, es sumamente extraño que un hombre deje pasar primero a una mujer a cualquier lado, y menos que se le ceda el asiento a una mujer anciana o embarazada en el transporte público. Tampoco a los niños, en general, estén o no en brazos. No sólo a nadie se le ocurre ceder el asiento, sino que a nadie se le ocurre reclamarlo. Y eso no cambió en el país trasandino mientras tuvo una presidente mujer. Claro: al mismo tiempo, las mujeres chilenas ocupan cada vez más puestos de envergadura política, social, económica. A costa de mucho sacrificio personal -hay que admitirlo- y de un constante juicio por parte de los hombres. Así, en la obra que comento, escenas en las que mujeres interpelan y bromean con hombres que hablan demasiado o que no pasan a la acción a tiempo, escenas en las que el hombre termina abandonando o huyendo, otras en las que el hombre soñado no es el que finalmente se tiene al lado y otras en las que los hombres faltan el respeto con su borrachera desafiante, se mezclan con dúos esperanzadores, de bellísima danza, como era propio de esta alemana romántica que parece haber creído siempre en el amor.

Diversos roles encarnados por los intérpretes, dejan ver otro gran impacto, como fue el producido por relatos o descubrimientos sobre los detenidos desaparecidos, las torturas, la discriminación, la violencia política e ideológica; temas tabú para la nueva clase política -que reconquistara el poder luego de la renuente salida de Augusto Pinochet en 1988 después del famoso plebiscito - que ha hecho todo lo posible para dejar en un letargo el pasado, desde la misma dictadura hasta la etapa anterior, la Unidad Popular que llevó a Allende al gobierno. Quizá estos temas sean una constante en Como el musguito..., pero mirados constantemente desde diferentes ángulos. Entonces, escenas en las que una mujer vestida de blanco, con actitud devastada pero firme, es despegada de su lugar entre quejidos o es mojada mientras intenta fumar, o es separada una y otra vez de su hombre -marido, niño, padre-, o baila sola en el suelo que se resquebraja y con Violeta Parra que repite su Volver a los 17 , se sumarán a otras de un muchacho corriendo desesperadamente de lado a lado del espacio mientras otro intenta detenerlo, calmarlo, a otras en las que una mujer intenta infructuosamente dormir, otras en la que una mujer pequeña es anulada con un abrigo largo, otras en las que los abrigos sirven para cubrir hombres tendidos, para esconderse, otras en las que se debe cruzar en diagonal el escenario pendiendo de una soga, mientras que una mujer de blanco baila y corre con la cadera atada con un arnés desde bambalinas. Son muchas las escenas angustiantes. Hay algunas, también, sarcásticas, pero siempre tienen un escape alegre, esperanzador: la primera parte de la pieza, con una duración de dos horas y media, finaliza con una coreografía rítmica de todo el conjunto, en la que los intérpretes se abrazan y se peinan grupalmente, al son de un inolvidable tema de Víctor Jara. Y por supuesto, todo está empapado de una danza exquisita, fluida, plena de brazos gestuales y torsos que son fuente de miles de movimientos, de cambios de niveles y planos en el espacio, danzas que protagoniza cada uno de los 16 bailarines, o que se bailan en dúos que a veces son solos ya bailados, transformados en parejas solidarias que se complementan. También hay algunas danzas grupales, algunos juegos, que sirven para dar ritmo a las escenas en el total de la obra; un ritmo que no será, como en otras piezas, atiborrado, sino, más bien, de un tono intimista, introvertido.

Muy pocos elementos u objetos se suman a la puesta -insito- muy sencilla. Papas (que son típicas del país vecino), frutas, lana, pequeñísimas luces como estrellas, y alusiones a la fauna y flora amenazada por la tremenda especulación de los empresarios y el cambio climático: peces y árboles. Sólo en dos momentos el espacio es pintado por proyecciones de ríos y la música contempla algunos temas chilenos, pero, en su mayoría, ésta es ambiental, dándole importancia más a lo melódico o al ritmo que a la letra. Dentro de los autores chilenos se destacan algunos muy populares, como los ya nombrados Violeta y Víctor, a los que se agrega Cecilia, una cantante popular de romantiquísima interpretación, los grupos Congreso e Inti Illimani.

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