Y sí. Parece mentira. Ya pasó una década. El 18 de febrero de 2010 la sala Anfitrión cumplió 10 años. En este tiempo han pasado muchas cosas en Venezuela 3340. Si hablamos de estrenos, el abanico es enorme: desde puestas sobre textos de Samuel Beckett hasta un desopilante y original cabaret que ya lleva varios años en cartel. Cuentan las voces autorizadas que en ese lugar, que otrora fuera un galpón de una empresa de transportes, se festejaron cumpleaños, casamientos y que hasta hubo un incendio que obligó a reconstruir el espacio. Cuentan, también, que en ese lugar, los últimos 10 años, se hizo mucho, pero mucho teatro.
El hall y también espacio teatral (antes se hacía allí el cabaret) está poblado de sillones y de otros muebles que seguramente tienen alguna historia (la entrevista develará el misterio), de pedazos de escenografía. Es un espacio que está pintado de rojo. Sí: de rojo. Y una de las salas (hay más de una en Anfitrión) está pintada de azul y así se llama: sala azul.
Para hablar de estos diez años nos recibe Berta Goldenberg. Apenas intercambiamos unas palabras se ocupa de aclarar que "este lugar no es sólo mío". Que "yo puedo ser dueña de las paredes, del piso, pero es un espacio de varios, de un equipo de trabajo".
Ella desborda energía. La entrevista la encontrará apasionada, llena de sueños y muy satisfecha, a pesar de las dificultades y los sinsabores, de lo hecho en esta última década.

-Berta: ¿a quién se le ocurrió hace diez años la idea de crear una sala? ¿Fue una idea tuya?

-¡Ja! Es muy difícil definir de verdad en qué momento uno hace una torción tan grande como para tener una sala propia. Fue una decisión desencadenada por una serie de cosas: por un lado yo daba clases y el grupo cada vez se armaba más (era, en ese tiempo, la escuela de Luisina Brando y Berta Goldenberg). Desde aquel entonces vienen Noralih Gago y Juan Parodi y, prácticamente, todos los que luego siguieron conmigo. Esa escuela funcionaba en un lugarcito que alquilaba en Libertad y Rivadavia. En un momento me empezó a agarrar miedo de quedarme ahí. Estábamos en una planta alta y, como los chicos bailaban mucho, se cayó un poco de revoque. Justo en ese tiempo se cayó, también, un balcón de enfrente. En fin. Dije: "acá no quiero más". En esos días muere mi viejo y recibo una herencia: un departamento. Y es ahí cuando decido armar una escuela de teatro y no pagar más alquiler. Yo no me imaginaba que esto sería una sala. Este galpón era un lugar miserable, terrible, una empresa de transportes. Era lo que pude comprar con la venta del departamento.

-¿Cómo surgió este espacio? ¿Te daba lo mismo en cualquier barrio?

-Me daba lo mismo en cualquier barrio, pero tenía una cantidad determinada de guita que no me permitía comprar en cualquier lugar. Ni iba sola, sino con la banda de pibes detrás. Si no nunca lo hubiera hecho. Por eso rechazo la palabra "dueña". Seré dueña de las paredes y el piso, pero de lo que pasó acá somos varios los responsables. Si no me seguía esta patota de pibes que también quería un lugar (algunos que ya no están en el proyecto porque abrieron sus alas) nada de esto hubiera sucedido. Íbamos buscando lugares. Por supuesto que una de las zonas que primero vi fue Palermo. En aquel momento (y ahora también) Palermo era el lugar para tener un teatro, pero, sinceramente, por el precio que yo pude comprar este inmueble, ahí compraba un departamento de un ambiente. Y esto es enorme. Ésa fue la razón que pesó para elegir este sitio.

-¿Por qué llamaron a este lugar Anfitrión?

-Fue muy gracioso cómo sucedió. Éramos un grupo de gente. Mi idea era trabajar en equipo sí o sí. Vengo del Payró y antes del IFT, de modo que, de ninguna manera podía ni puedo imaginarme un teatro dirigido por una sola persona. Si me quedo sola algún día, lo cierro. Pues bien: entre todos votábamos los nombres. Ya no recuerdo cuánto tiempo tardamos en votar. El que estaba ganando antes de quedar éste era Yorik. Me resulta gracioso contar esto que te voy a decir. No tengo la menor idea de cómo se me ocurrió. Estábamos debatiendo y Yorik no me terminaba de convencer, porque me parecía que la gente no se iba a acordar de cuando se lo menciona en Hamlet. En ese momento fui al baño y cuando volví les dije: "Chicos, el nombre es Anfitrión". No te puedo explicar nada más que eso. Ahí quedó. Votamos y ganamos por un voto. Diría que me inspiré en el baño. Pero hoy a veces pienso que ese nombre verdaderamente nos define. De lo que más se habla cuando se menciona este teatro es de que somos buenos anfitriones. Lo dice cualquier elenco de los que vienen acá. Y el público lo dice también.

-¿Cuándo la escuela se transformó en sala?

-El primer año. Es más: el primer día que firmé la escritura y abrí (un 18 de febrero, día de mi cumpleaños, además) esto estaba un desastre. Pero como era mi cumpleaños y queríamos festejar, compramos una pizza y cervezas. Nos sentamos sobre una piedra enorme, que no sé bien para qué les servía a los camiones de transporte de El Peregrino (así se llamaba). Brindamos, comimos pizza, y ya alguien que pasó por la puerta (creo que era un director de cine que me conocía), preguntó si esto iba a ser un teatro y dijo que él iba a ofrecer algo. Eso fue antes, siquiera, de empezar. Y luego, no sé cómo ocurrió, pero de pronto apareció gente. Me acuerdo que nos reuníamos, decidíamos qué hacer, y que un día entramos y no conocimos a la gente que estaba acá. Ésa fue una emoción inmensa, porque por primera vez se acercaban personas que no éramos nosotros, ya que querían poner aquí sus espectáculos. Recuerdo que vino a ver la sala alguien que en aquel entones yo no sabía quién era, Guillermo Cacace, que estaba haciendo una obra que, justamente, se llamaba Anfitrión. No entendíamos lo que estaba pasando. Yo quería el espacio para dar clases y para trabajar con ellos, mis alumnos actores y hacer el teatro que quería hacer. La cosa se amplió de una manera increíble. Hoy me pregunto qué fue lo que amplió tanto y que hizo de esto un poco lo que soñaba y otro poco exactamente lo que no soñaba.

-¿Existe una línea de trabajo aquí?

-Hay una línea. Te cuento algo: una vez Noralih y Juan Parodi vinieron y me dijeron: "tenemos una idea de hacer un cabaret así y así, por te juro que nada chancho" (risas). Y yo les contesté: "¡pero cómo se me va a ocurrir a mí que ustedes van a hacer algo así! ¿Son tontos?". Yo sé perfectamente que nunca van a hacer algo que no tenga la calidad de la que nosotros hablamos. A Noralih la siento mi alumna desde hace 30 años, así que, por más que yo no haría cabaret (de hecho estoy poniendo en escena Esperando a Godot, de Beckett), mi elección no tiene nada que ver. Ambas cosas tienen calidad, así como los espectáculos que dirigió Juan la tuvieron. Estamos de acuerdo en muchas cosas. Y en la línea actoral fundamentalmente.

-¿Quién decide aquí la programación?

-En definitiva somos cuatro: Noralih, Ignacio Oliveros, Kichi (Norma Gatti), que es la jefa técnica y yo. Juan Parodi hace poquito que se fue del equipo. Esos cuatro somos los que, cuando nos acercan material, decidimos. Generalmente estamos de acuerdo. Yo soy la que leo mucho. Pero ahora estamos pidiendo que traigan DVD.

-Son algo así como un equipo de dirección.

-Exactamente: nos dividimos bastante las tareas. Nos reunimos todos los martes. Hay muchas cosas que resolver. A veces algunas se nos van de las manos. Es muy difícil llevar adelante un emprendimiento así. ¿No querés tener un teatro?

-¿En el funcionamiento que ustedes tienen hay una herencia del viejo teatro independiente?

-Sí. Y es mi culpa. Siempre les cuento a los chicos la historia del teatro independiente, así como también algunos excesos que éste tuvo. Cuando yo comencé era una vergüenza que un actor de teatro independiente pretendiera cobrar algo. Los teatros no debían ganar dinero porque se pensaba que, de ser así, iban a venderse y a ser más comerciales. Explicarles esto ahora, que las cosas cambiaron tanto..., no es sencillo. Ahora bien: acá nadie cobra por la dirección del teatro. Estos cuatro no cobramos. Es la condición. Se trata de una sociedad civil sin fines de lucro. Se cobra lo que corresponda en las cooperativas que se arman para cada espectáculo, pero por formar parte del equipo de dirección del teatro no. Soy un viejísima representante del teatro independiente y traté de transmitirles algunos de aquellos valores.

-¿Quién y cómo decidió o decidieron los cambios y reformas arquitectónicas que se hicieron en este espacio?

-Acá hubo una cosa, en algún sentido, maravillosa que fue el incendio. ¿Por qué? Al principio yo tuve una arquitecta amiga que guió la realización de las primeras reformas. El problema es que hacer un teatro no es lo mismo que hacer otra cosa. Creo que por ese motivo se equivocó en algunas cosas. Y ni yo ni los chicos (en aquel momento éramos un montón) nos dimos cuenta. Cuando se diseñó la sala azul (la grande) ella me dijo que entraban 120 personas. ¿Sabés cuántas entran? 60: exactamente la mitad. Es que con el piso así, por más que el escenario esté alto, no se ve. Luego me dijeron que tendríamos que haber consultado libros de teatro. Hoy en día se ve desde cualquier lugar de la sala. Aquel fue un primer diseño que tuvo varios errores. Ahora, si empezara de nuevo, lo haría de otra manera.

-¿Había varios espacios teatrales desde la primera reforma?

-No. Eso fue después del incendio Acá -se refiere al hall en el que hacemos la entrevista- había una pared, una oficina. Era un asco. Más atrás había un enorme espacio, una especie de arca y el otro espacio, que es la salita chica. Siempre digo que a esa sala la voy a llamar "Luciano Cáceres", porque él vino y quiso hacer un espectáculo ahí y luego, más adelante, hizo otro. Hasta entonces yo la usaba como camarín. Cuando hacíamos Ondina, que como nos trajo mala suerte no la llamamos por su nombre, sino que le decíamos "El pescadito", los actores se cambiaban ahí. Y cuando vino Luciano dijo que quería esa salita porque le permitía el uso del patio. Desde entonces y hasta ahora funciona constantemente como salita.

-¿En qué año fue el incendio?

-En 2001. Fue terrible. Fue otra de las cosas que nos pasaron cuando hacíamos "El pescadito". Hicimos la última función. Había sido una hermosa experiencia todo el proceso. Todavía guardo los mails que nos mandamos por ese tema. Recuerdo que una compañera puso: "Y hoy a la noche, ¡que explote el teatro!".

-Anticipatorio el comentario. ¿Y por qué se produjo el incendio?

-No sabemos bien por qué, ya que por suerte fue de madrugada. Al parecer hubo un cortocircuito. Había una vieja cabina que estaba medio oculta, que había sido de los camioneros que anteriormente ocupaban este lugar. Seguramente había quedado conectado algo y nosotros no sabíamos.

-Claro: antes de Cromañón los requerimientos no eran los de hoy.

-Sí, pero hoy estamos perfectos. Y estamos habilitados.

-¡Ah!, ¿no forman parte de aquel gran grupo de salas que tiene en trámite la habilitación?

-No. Nos habilitaron luego del incendio, cuando ya habíamos reparado todo. No te imaginás lo que fue esa vez para que nos habilitaran. Creo que perdí mis últimas energías ahí, corriendo de acá para allá. Tenemos una habilitación muy rara. Dice: "Club, con instalaciones cubiertas con anexo teatro independiente". En la municipalidad me preguntaban: "¿quién escribió esto?". Y yo les decía: "el arquitecto habilitante". Así que la sala está habilitada. Yo la cuido muchísimo. Los cuatro la cuidamos mucho.
Pero bueno. Volviendo al a historia del incendio, nosotros teníamos alarma. Y como el teléfono al que llaman cuando sonaba era el mío, a veces me avisaban a las dos o tres de la mañana. Yo venía con mi marido atravesado la ciudad y resultaba que había sonado por una cucarachita. Aquel día me llamaron de madrugada. Le dije al que me llamó: "mire: si suena otra vez, avísenme". A las tres llamaron de nuevo y me dijeron:"yo que usted voy, señora, porque ya sonó en varios sitios a la vez". Igual pensamos que eran ladrones, no que era un incendio. Vinimos a las tres de la mañana por la avenida Belgrano. Cuando llegamos a Loria, donde tenemos que dar la vuelta, estaba la cana y los bomberos. "¡Ah!, ¿la señora es la dueña? Se está quemando todo". Estuvimos acá hasta las 4 de la mañana. Se quemó casi toda la salita azul. En fin. Con el dinero del seguro y con el apoyo del Instituto Nacional del Teatro, que nos dio un buen subsidio, llamamos a unos arquitectos, unos pibes del Teatro Colón y les dije: "¡quiero todo como estaba!", a lo que ellos respondieron: "dejanos innovar en algo". Fue así como me propusieron que tirara abajo estas paredes, donde estaba la oficina y se armó este espacio. La otra que me propusieron fue: "dejanos pintar algo de rojo". Yo tenía todo color celestito claro. Los chicos empezaron a joder con: "¡rojo, rojo!". Me ofrecieron, entonces, ante mi duda, pintarlo de rojo, y que si no me gustaba lo sacarían. Vino mi marido, que es de mi edad, y dijo: "está bien: un burdel". A final negociamos y quedaron las paredes rojas y el techo blanco. Ahora amo este sitio. Y la otra sala es azul. Fue un gusto que me di. Así que hoy hay tres espacios en Anfitrión.

-¿Y todo el mobiliario?

-Cuando recibí la herencia de mi viejo, su departamento, con mi hermano nos dividimos las cosas que había adentro, pero la mayoría de ellas no las necesitábamos ni él ni yo, así que luego vinieron a parar todas acá. Los sillones que están acá, todas las lámparas, algunos muebles, el espejo, todo estaba en el departamento de mi viejo. Cuando en aquel momento vino su viuda y vio eso puesto acá dijo: "todo volvió a vivir".

-¿Esta sala intentó o intenta establecer alguna relación con los vecinos?

-Se planteó, pero nos dimos por vencidos. Quisimos, pero ¡nos miraron con tanta desconfianza desde el comienzo! Era algo así como "teatro es igual que putas". Y en realidad esta zona se puso tan brava que, en algunos casos, yo podría decir: "vecinos es igual que drogas". Hace muy poquito nos robaron, pero más allá de eso, hay una actitud pequeño-burguesa... Cuando yo estaba construyendo, China Zorrilla, que es amiga mía, me dijo que quería venir a ver. La traje un día. Ella estaba tan emocionada que fue a cada uno de los obreros, les dio la mano y les dijo: "Quiero darles la mano, porque esto de que ustedes ayuden a construir un teatro es maravilloso". Los obreros se me caían de la emoción. Yo pensé que con eso me había ganado al barrio. Estaban todos en la puerta, mirando. Pero ni siquiera por China Zorrilla aflojaron. ¡Hasta quisieron juntar firmas para que nos fuéramos, porque, supuestamente, hacíamos ruidos hasta tarde, cosa que no era cierta! No hubo nada que hacer. Incluso hubo un intento de repartir, por zonas, entradas gratis para niños. Ni uno vino. Hubo un intento, también, con otras salas de la zona, de hacer una especie de Boedo Hollywood, pero no resultó.

- ¿Cómo se mantiene esta sala?

-Una de las cosas con las que me encontré cuando empecé con esto fue el tema de los subsidios. Cuando comenzamos y me dijeron que me inscribiera en el INT y en Proteatro para recibir subsidios, juro que dije: "primero tengo que demostrar que puedo administrar una sala ¿Cómo enseguida voy a pedir subsidio?". "Pedí", me dijeron. De a poquito, ya el segundo año, comenzamos a recibirlos. Son subsidios fundamentales. Los costos de una sala, sin el apoyo del Estado no se pueden sostener. Está la Ley de Teatro, por suerte, por la cual peleó mi amiga Felisa (Yeny), que en paz descanse. Si yo tengo una sala con 60 localidades, por más éxito que tenga, nunca voy poder cobrar lo que cobra el Complejo La Plaza (ni quiero). Así que los subsidios ayudan mucho. Cuando hay un éxito va mejor. A veces tratamos de reducir costos en algunas cosas. Si uno no pretende ganar plata, la sala se puede mantener.

-¿Cuál es tu balance después de 10 años?

-Un día, con un vino de por medio, te lo digo, pero..., es un buen balance.
El otro día, el 18 de febrero, hicimos la fiestita. Ahí repasé un poco y dije que sí, que tengo que estar contenta. Algunas cosas me decepcionaron, pero si no te decepcionan alunas cosas es que no estás viviendo. Ciertas personas por las que aposté fuerte, fuerte, fuerte, pensando que iban a ser el próximo Vittorio Gassman, resultaron ser, en realidad, el próximo galán de televisión.

-¿Y en relación con la sala?

-Tenés razón. Se me mezclan las dos cosas. En relación con la sala, no tuve más que satisfacciones. Nos miramos y nos preguntamos: "¿cómo fue?, ¿qué pasó?".
Hoy veo con alegría que, además de los cuatro que te nombré, hay un montón de gente, digamos "viceanfitriones" que están siempre ayudando, que se sienten parte. Eso es bien de teatro independiente de aquella época. Gente que ama este lugar. Ese balance es muy gratificante. No me puedo hacer la osa con los logros conseguidos. Sí: nos fue muy bien, y esta sala es muy requerida por elencos muy buenos. Si miro para atrás pienso: fue mejor tenerla que no tenerla. Ésa es la verdad.