"Pero la oposición no es solamente entre central y periférico y entre sagrado y profano; se prolonga también en otros planos (...) lo crudo y lo cocido" Claude Lévi-Strauss.
Lo crudo y lo cocido funciona como una oposición central en el marco de la cultura. ¿Con qué acepción de lo "crudo", hasta dónde es posible llevar la analogía?

El grupo que dirige Martín Marcou responde al nombre de Teatro Crudo y aunque la metáfora no remite a la falta de cocción, acepta seguramente la lectura antropológica. Son los alimentos cocidos, al decir del antropólogo francés, aquellos que pueden ser "consumidos". Y es aquí donde se puede plantear el vínculo: pensar el teatro de Martín Marcou como un teatro que no busca ser "consumido", que pertenece a otro orden. No es difícil sostener este argumento. Para empezar la comparación, pueden observarse los títulos de algunas de sus obras (aunque no sean todas "crudas") Desmesura vaginal, Lame vulva, Tortitas de manteca. Los títulos de algunas de ellas parecen postularlo como un director políticamente incorrecto. Sin embargo, y a pesar de esto, su trabajo se halla en las antípodas de esta clasificación. Su currículum revela que trabaja en teatro desde hace mucho tiempo. Aparecen ya desde 1996 sus trabajos en actuación, dirección y dramaturgia. Pero esta nota se construirá desde sus últimos trabajos.

Empecemos muy brevemente por Rancho Blanco, una propuesta de pueblo chico infierno grande, que trabaja entre la construcción naif de un espacio íntimo de habitación opuesto a las historias que, prácticamente naturalizadas, conviven con el horror de lo que no se cuestiona.
Cuarto de niña, que no pertenece a una niña. ¿De un niño? Tampoco lo es. Personajes desplazados que conjugan actitudes infantiles con otras que no lo son. Una madre que juega con un chico, pero que revela cosas que nunca debería revelarle si lo fuera.
Lugar de oposiciones y contrastes, marcará un camino a seguir.

Como su título, otra de sus propuestas, Desmesura vaginal, anticipa el lenguaje escatológico, que está presente de manera sistemática. Sin embargo, la aparición de otro tipo de intervención lingüística permite comprender que es una decisión política y estética. El trabajo con la reproducción de la oralidad de ciertos sectores sociales y estilísticos es profundamente verosímil (sea o no sea verdadero).
El humor negro (¿hay otro grado superior en la escala cromática?) recorre la pieza de manera notable. Ahora bien, si la mirada del espectador no es prejuiciosa, ni simplemente lúdica, hallará en la obra fuertes elementos de crítica social.

Desmesura Vaginal, Lame Vulva y Brillosa (las dos últimas ya de Teatro Crudo) tienen, a pesar de ciertas diferencias temáticas, algo en común: el trabajo con el lenguaje.
Martín Marcou, construye obras en apariencia sencillas, pero el trabajo lingüístico devela un distanciamiento ocasional del habla cotidiana. En el marco de comentarios básicos y simples, aparece una idea poética, una reflexión profunda, una expectativa que se quiebra.

Lame Vulva se caracteriza por presentar el hecho de la violencia familiar, pero desde el lugar del hombre golpeado, humillado, ofendido. Doble desafío: por el tema, necesariamente conflictivo y por la vuelta de tuerca en el modo de tratarlo.
De más está decir que si sus obras son altamente efectivas es por el comprometido trabajo de sus actores. Y somos justos si decimos, particularmente de sus actrices.

Tortitas de manteca es una historia de amor y desamor. Que las protagonistas sean dos mujeres, que la historia sea de amor lésbico no cambia la esencia de la propuesta. Un poco culebrón, un poco melodrama. Martín Marcou presenta como naturalizado algo que muchos no están dispuestos a tomar como natural.
Sin duda se hizo un lugar entre los que trabajan con cuestiones de género. Los prejuicios, ya se sabe, a veces inhiben la presencia de ciertas obras en algunos lugares.
¿Qué significa que haya recibido un premio por "riesgo temático"?

Brillosa es su último espectáculo, construido desde la fragmentación, cruzado por universos mediáticos, absolutamente autorreferencial (el espectáculo habla de sí, del espacio donde se desarrolla, de los objetos que están en el escenario). Sucede algo muy interesante: en el espacio se halla un andamio ornamentado. No parece ser demasiado útil para la propuesta escénica. Sin embargo, lo utilizan y lo hacen de manera bastante pobre, pero antes de que uno diga "¿y para eso estaba eso ahí?" las propias mujeres denuncian la inutilidad de objeto, la inutilidad de la acción sobre el objeto. En fin, un acto de evidente inteligencia. Las actrices construyen personajes y desde allí interactúan. No hay realidad, hay ficción. Con zonas de velocidad, de calma, con posiciones profundamente crudas (y acá no se refiere a lo "no cocido") se construye un mosaico de la vida femenina de este tiempo.

Pero además, y por primera vez, Martín Marcou, incursiona en el teatro comercial. Pipo Pescador lo llamó para que dirigiera su nueva producción Saltando con el sapo Pepe, cuya autoría comparten el conocido cantante infantil y Candela, Analía García, la autora de la famosa canción. Y allá fue Martín, al Metropolitan, con la asistencia en dirección de Checha Amorosi (una de las crudas) para probar con otro género, para demostrar que todo trabajo artístico no es otra cosa que un nuevo desafío.

No, no se queda sólo con el comercial ¿alguien podía suponerlo? Solo conviven. Desde el viernes 25 de junio se presentará en La Tertulia, Quiero pasar una tarde con Franco, una obra que promete mucho más Teatro Crudo. Esta vez, ya no tendremos mayoría de mujeres. Y Martín Marcou afirma que le importa mucho trabajar, tanto con el actor, como con la responsabilidad de su propio oficio, un actor que dirige sus propias obras. Lo oímos decir que busca "intentar sustentar actores autónomos, ingeniosos y proactivos, que desaten tormentas que detonen en eficacia".  

En fin: los trabajos de Martín Marcou aparecen como poco propicios para ser consumidos, para ser deglutidos como "comida rápida", porque detrás de su sencillez aparente, hay un trabajo reflexivo y que sorprende.

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