Vapuleada y menospreciada dentro de la historia del teatro universal, la historia de los títeres, merece una revisión.

Hablar de títeres es bastante más complejo de lo que parece. No sólo porque su historia es tan larga como la de los actores, sino también porque, al haber sido relegados en las historias del teatro universal, mucha información se ha perdido. Como si esto fuera poco, la cuestión se pone compleja, por el hecho de que los titiriteros suelen ser artistas nómades (con lo que cuesta, entonces, recabar información), y el público predominante es el infantil (predominante, no exclusivo). Recuerdo que una vez en una solicitud de subsidio de sala del Instituto Nacional del Teatro, INT, los directores de un centro cultural habían puesto "hemos realizado diez obras de teatro y dos infantiles". ¡Notable! Como si los infantiles no fuesen teatro ¡Y dicho por responsables de sala!
Pero lo cierto es que los títeres siempre gozaron de muy buena salud. Tanto en Oriente, donde se registran en India y China desde los siglos X - IX a.C. más o menos, como en Occidente, donde resultan ser tan antiguos como la tragedia griega.
La división entre los tipos de títeres suele darse no tanto por los materiales con los que están hechos, como por la manipulación: están los de guante, los de varilla, los que deben manejarse (por la cantidad de articulaciones que tienen) de a dos personas, los retablos de sombras, etc, etc, etc. Rafael Curci, en Dialéctica del titiritero en escena, hace una hermosa síntesis de todo esto.
El siglo XX le deparó al títere un nuevo rol (y una revalorización), tanto por la teoría de la supermarioneta de Gordon Craig, como por la del Teatro de la muerte de Tadeuz Kantor.
En la historia reciente de Argentina, los títeres fueron adquiriendo una importancia cada vez mayor. Si bien en cierto que hay muchos grandes maestros y precursores, creo que vale la pena destacar al maestro de maestros: Javier Villafañe
Él nació y murió en Buenos Aires (1909-1996). Fue poeta, escritor y titiritero. Con su carreta La Andariega viajó por Argentina y varios países americanos realizando funciones de títeres; pero ya en la dictadura de Juan Carlos Onganía, en los '60, se vio obligado a exiliarse en Venezuela. Allí trabajó para la Universidad de Los Andes y fundó un Taller de Títeres para formación de artistas. Recién regresó a la Argentina en 1984, con la vuelta de la democracia. Reconocido como maestro por gente como el propio Curci, renovó la dramaturgia de títeres y la literatura infantil con obras como Los sueños del sapo (Hachette), Historias de pájaros (Emecé), Circulen, caballeros, circulen (Hachette), Cuentos y títeres (Colihue), El caballo celoso (Espasa-Calpe), El hombre que quería adivinarle la edad al diablo (Sudamericana), El Gallo Pinto (Hachette) y Maese Trotamundos por el camino de Don Quijote (Seix Barral). Comentó alguna vez Villafañe: "Muchos de mis colegas -los caballeros de la tercera edad- suelen decir: -Hay viejos jóvenes y jóvenes viejos-. Y no es cierto. Los viejos son viejos y los jóvenes, jóvenes. Esta perogrullada no tiene vuelta de hoja. Abundan y sobran viejos insoportablemente viejos y jóvenes que 'andan con la mufa a cuestas, tirando pálidas de melancolía'. Huir, huir de ellos".
Uno de sus discípulos más importantes fue Ariel Bufano, oriundo de San Rafael (Mendoza), que nació en 1931. A los diecisiete se enroló como discípulo de Villafañe y con él aprendió las bases de la disciplina. Recorrió la provincia de Buenos Aires, fundamentalmente los barrios de la periferia, debutando profesionalmente en 1957 con dos obras de su maestro: La calle de los fantasmas y El burlador burlado, más otra de su autoría, El encuentro. Casi veinte años después, en 1976, Kive Staiff lo convocó, junto con Adelaida Mangani (nacida en Buenos Aires en 1941, exploradora de un enorme abanico de disciplinas), para conformar el Grupo de Titiriteros del Teatro San Martín. El auspicioso resultado fue David y Goliat (1977), el primer estreno. Esta propuesta significó otorgarle al lenguaje de los títeres el merecido estatuto de "teatro mayor", equipararlo al teatro de sala y para adultos (aspecto económico incluido) en un medio prejuicioso que identificaba los títeres con el retablo ambulante y la escena infantil.
Para formar el elenco, Bufano y Mangani debieron realizar una intensa tarea pedagógica; para ello se valieron de la experiencia de ambos en el Instituto Vocacional de Arte Infantil, donde habían enseñado previamente. La línea formativa culminó en la creación de la Escuela de Titiriteros del Teatro San Martín, una de las más prestigiosas de Latinoamérica, que funciona hasta hoy y de la cual ha salido buena parte de los titiriteros actuales.
En sus orígenes el Grupo de Titiriteros contaba con un elenco de seis artistas: Juan Haedo, Roberto Cardoso, Luis Rivera López y Sergio Rower, junto con Bufano y Mangani. Hasta 1984, los integrantes eran elegidos por Bufano entre sus alumnos, pero a fines de 1984 se realizó un llamado a concurso para renovar el elenco. Es así que ingresaron Daniel Spinelli, Carlos Canosa, Marcelo Peralta y Haydée Andreoni. En 1986 se realizó una renovación integral del elenco: muchos se fueron (Sergio Rower, Luis Rivera López, entre otros) y muchos vinieron (Tito Loréfice, Daniel Veronese, María Ibarra, Ana Alvarado, Eleonora Dafcik, Omar Aíta y Silvia Galván). Más gente siguió renovando el elenco... gente de la talla de Rafael Curci y Emilio García Wehbi.
Y del trabajo paralelo de todos estos "monstruos" del teatro, surgieron grupos como Libertablas y El Periférico de Objetos, en donde necesitamos ampliar la idea de un teatro de títeres a un teatro de objetos.
Como si esto fuera poco, también hay gente talentosísima que viene de otro lado. Tal es el caso de Horacio Peralta, que tiene su formación en el exilio panameño-francés (obligado por la última dictadura), que también creó una compañía de títeres (el Bululú Theatre ) y que este año nos fascinó con su espectáculo El Titiritero, o la emblemática Sara Bianchi, quien tuvo por maestro a Mané Bernardo, desde 1943. Dedicada también a la plástica, el teatro y las letras, organizaron juntos, desde 1947, su propio teatro independiente y crearon, en 1985, el Museo Argentino del Títere, destinado a preservar el patrimonio titiritero.
Otro caso es el de Antoaneta Madjarova, quien viniendo de Bulgaria, no solamente trajo una nueva corriente titiritera, sino que además coordina el Área de Títeres (formación en talleres y producción de espectáculos) en el Centro Cultural de la Cooperación.
Y por el mismo precio, desde hace unos años el Grupo de Teatro Catalinas Sur y Libertablas, están organizando un festival internacional de títeres que tiene lugar en julio, llamado Al sur del sur. Como su nombre lo indica, se realiza básicamente en el sur de la Ciudad de Buenos Aires, aunque también incluye actividades en la Provincia y, durante quince días, con la presencia de doscientos artistas de todas partes del mundo (Brasil, Rusia, Argentina, México, Ecuador, etc.) presenta espectáculos.
El movimiento titiritero, evidentemente, recién empieza. Y como recién empieza, quiero terminar con un epígrafe de Ariel Bufano de 1992: Adhiero, como los títeres, a la paz, la libertad y el amor. Reniego, como ellos, del odio, la esclavitud, el hambre y las dictaduras.