Daniel Misses estudió con dos grandes directores y pedagogos teatrales: Agustín Alezzo y Raúl Serrano. A los veinte años de edad comenzó con textos clásicos. Integró el grupo Los viajeros y llegó a presentarse en México y a concebir El Séptimo , la alianza teatral que actualmente integra. Misses relata algunas de esas experiencias y comparte su punto de vista sobre el trabajo que realiza en ?Humahuaca?.

- ¿Cómo llegaste a Eugenio Barba y a su trabajo?

Mi primer acercamiento a él fue a través de su libro ?Más allá de las Islas Flotantes?. Tiempo después, el Odin Theatret ?compañía de Noruega que dirige y que fundó el mismo Barba- se presentó en el Teatro San Martín y fue allí cuando vi un video que me interesó mucho: mostraba la vida interna del grupo, y justamente, yo andaba con ganas de tener el propio. En ese libro, Barba divide a los teatristas en los habitantes de las grandes tradiciones y los viajeros de la velocidad . De ahí tomamos el nombre. Aunque terminamos reduciéndolo a Los Viajeros , porque la gente se confundía. Mi grupo tuvo muchas etapas durante sus 10 años de vida. Nuestro primer proyecto fue viajar a México: lo hicimos dos veces (durante un año, la primera vez; y cuatro meses, la segunda). En el último viaje lo conocí a Eugenio. Yo había leído que el Odin se presentaba muy cerca del lugar que nos hospedábamos. Una mañana nos acercamos hasta el teatro porque pensábamos que los engancharíamos en pleno ensayo. Y fue ahí que empecé un vínculo especial con Eugenio. Cuando lo vi, me acerqué, lo saludé y le comenté que éramos de un grupo de Argentina que estaba actuando allá, y él me dijo: ?sí, Los Viajeros ?; para mi fue un impacto. Él siempre se informa de lo que pasa en el universo teatral de cada lugar donde se presentan. Al principio comenzamos a mantener contacto vía e-mail. Cuando regresé a la Argentina, me llamaron para coordinar el Centro Cultural Adán Buenos Ayres. Allí dicté clases de teatro durante tres años. En medio de todo eso, comenzó el proyecto de El Séptimo . En una correspondencia le conté a Eugenio de la movida que estábamos haciendo en Parque Chacabuco y lo invité a participar ?yo sabía que él venía con el Odin al San Martín?. Aceptó. Y en una semana de presentaciones y talleres pasaron más de 1.000 personas por el centro cultural, y lo posicionaron en el campo teatral. Él me sugirió que me comunique con la gente de El Baldío Teatro , entonces los llamé y me reuní con Tony Célico, es decir que lo conocí por intermedio de Barba... es muy típico de él conectar a la gente. Yo tenía una visión muy romántica de eso, después entendí que había otros intereses más comerciales detrás, y tuve una ruptura con Eugenio. Nosotros produjimos dos giras del Odin. Fue y es un muy buen referente en antropología teatral.

- ¿Cómo es la experiencia de hacer teatro en lugares tan distantes? ¿Cómo resulta la convivencia en grupo?

Cuando uno llega a un lugar distinto resulta observado mucho más. En México fue un impacto, más que nada por su actividad cultural, que es impresionante. Allá el teatro es básicamente subvencionado por el Estado, es oficial, las instituciones dan dinero constantemente, por lo que la idea de trabajar de forma independiente no tiene sentido. Hay mucha plata puesta en el teatro. Sin embargo, es duro estar lejos y además existe la discriminación. Yo considero que Buenos Aires, como ciudad cosmopolita cultural, a veces es un poco gris, que su teatro es definitivamente elitista. Lo que ofrecía el salir podía ser estimulante en relación con lo que había en Buenos Aires.

- ¿Cómo surge El Séptimo?

Nos juntamos con Tony y empezamos a armar talleres cerrados para Los Viajeros y El Baldío , a buscar nuestra propia formación. Con Los Viajeros estábamos haciendo un infantil que anduvo muy bien, realizamos más de 900 funciones en escuelas durante 6 años. La obra se llamaba La verdadera historia de Billy the Kid . Vivíamos de eso pero estábamos perdidos artísticamente. Hubo un libro de Eugenio que nos ayudó mucho, se llama La canoa de papel , y yo considero que es su mejor trabajo. Lo que valoro mucho de Barba no es tanto lo técnico (me gusta más Grotowski) sino lo que él sostiene sobre el Tercer Teatro, el Teatro de Grupo, la búsqueda de un sentido para su actividad orientada a los grupos periféricos; eso a nosotros nos ayudó a encontrarnos. El Séptimo , hoy intenta ser la unión de voluntades individuales que tratan de trabajar bajo una idea de pedagogía alternativa: buscamos un trabajo transversal y complementario. La gente que viene al Encuentro es bombardeada de estímulos y laburo, se ensaya mucho y con intensidad, en un entorno geográfico y cultural diferente e impactante. Apuntamos a que la experiencia sirva durante el año, que vayan cayendo las fichas. Estos Encuentros permiten además financiar el proyecto del anfiteatro. Yo creo que nuestra marca distintiva es el cruce de cosas que parecen muy diferentes.

-¿Cómo ves la relación entre la comunidad de Humahuaca y El Séptimo?

Difícil, pero el problema no es la gente. Al comienzo podés sentir algún rechazo y después lográs establecer vínculos lindísimos con personas de la comunidad. El tema se complica con las autoridades con las estructuras de poder. Nosotros sabemos que siempre vamos a ser ?de afuera?, es un prejuicio que nos excede culturalmente pero que comprendemos totalmente: la gente que fue a Humahuaca, se llevó y robó todo, la Quebrada es un gran cementerio, mucha sangre vertida. Los individuos simples que no especulan, se relacionan desde otro lugar. El teatro rompe barreras: cuando Florencia Larrea llega a la estación fue bien recibida por la gente del lugar. En principio hubo un cierto recelo pero cuando la vieron en escena, sosteniendo sola un espectáculo, la cosa cambia. La gente de Humahuaca aprecia la posibilidad de expresarse, de hablar y pensar distinto. Creo que nosotros no somos un modelo a seguir pero sí hemos logrado mucho: la gente con nosotros se abre. Al comienzo son muy para adentro pero luego se aflojan y largan de todo. Y eso es valorado. Tuvimos una experiencia increíble en el 2003: fuimos por segundo año a dar un taller en una escuela apartada del centro del pueblo para 50 chicos que recibían apoyo escolar -son los que tienen ?problemas?-; yo iba un poco temeroso porque los conflictos suelen ser más bien de orden familiar (padres alcohólicos, violencia en sus casa, pobreza, etc.). Al final del curso hicimos una muestra con las maestras donde los chicos cantaban y recitaban textos, el director estaba conmovido porque habitualmente era muy difícil sacarles un sonido. Este año continuamos con esos talleres.

-¿Cuales fueron tus motivaciones para decidir afrontar un proyecto como el de Humahuaca?

Cuando vinimos el primer verano a realizar el primer Encuentro, Los Viajeros ya sabíamos que posiblemente nos íbamos a quedar. La experiencia fue muy fuerte y decidimos instalarnos. Teníamos dinero para sostenernos dos meses, así que tuvimos que crearnos una estructura económica como para poder seguir allá; vivíamos en Humahuaca la mitad de la semana y luego girábamos por Salta, Jujuy y Tucumán. En ese tiempo comenzamos el anfiteatro. El terreno estaba lleno de cardones, hubo que trabajar fuerte y lo hicimos a pulmón, sin ninguna ayuda económica: lo financiamos con la plata que dejó el Encuentro y con las funciones de Salta, hicimos un espectáculo que anduvo muy bien, una versión de Antígona que generó que las escuelas terminen incorporándola en el currículum oficial. Dio solidez al trabajo y al proyecto. En Humahuaca sobra tiempo y faltan algunas cosas propias de la gran ciudad que se extrañan a la larga, y también se fueron produciendo desgastes en El Séptimo .

- En Humahuaca no hay teatro. Otras disciplinas artísticas, como la música o la plástica, muestran un desarrollo importante.

No estoy tan de acuerdo. Nosotros solemos pensar en el teatro occidental con su sala a la italiana y un público; acá lo teatral está en las peñas, las coplas, las fiestas, la música, el relato oral. Cuando llegamos a Jujuy (y no me atrevo a afirmar que esto se relacione) no había demasiada actividad teatral, había gente que se quedaba con todo el dinero que daba el INT; sólo existía una persona muy importante -que lamentablemente falleció- Tito Guerra, con él tuvimos un vínculo hermoso y por eso el anfiteatro llevará su nombre. Hoy hay un profesorado y una escuela provincial de teatro. El proceso es lento. Hay chicos en Humahuaca que ven lo que hacemos desde hace años, entonces se acercan muy tímidamente pero nos van conociendo. Ellos, además, toman clases de música en el Tantanakuy con Juan Cruz Torres... yo pienso que esos pibes van creciendo con esto y tendrán una concepción distinta a la de sus padres cuando sean adultos. Creo que nuestra experiencia tiene que ver con eso, es un enriquecimiento mutuo, tiene que ver con dejarse atravesar. Además, Barba plantea el viaje como actividad pedagógica: recién cuando uno vuelve a su casa logra ver toda la riqueza que hay a su alrededor y se revalora. Nosotros nos relacionamos desde la plena conciencia de nuestra identidad: en mi caso, ser un porteño.

-¿Cuál es tu objetivo personal en éste proyecto?

La construcción del Anfiteatro es una de las cosas más importantes que hice en mi vida. Hacer que eso se concrete es básico para mi. También, tomar contacto con actores porque yo aprendo a dirigir así. Acá puedo probar las cosas que quiero hacer. Acá se generan relaciones de trabajo.

-¿Cuales son tus libros preferidos?

Me gusta mucho leer a Grotowsky, a Barba, algunas cosas de Einsestein (él hizo mucho teatro), sigo de cerca el trabajo de Ure, Kantor (de quien vi uno de los espectáculos más fuertes de mi vida, acá: en Buenos Aires). También me gusta leer historia del teatro: estuve vinculado con Beatriz Seibel, una gran historiadora del teatro argentino. Leo las cosas que van saliendo de Bartís y lo de Serrano, para pensar en cuestiones de dirección.