Es necesario decirlo: existe el teatro más allá del Festival Internacional de Buenos Aires. Alcanza con observar alguna cartelera o recorrer con paso atento la ciudad, para comprender que la inmensa mayoría es la que se queda afuera de esa magnífica vidriera, toda visibilidad, todo primer plano, que es el FIBA.
Como en todo festival oficial existe la selección, la difusión (absolutamente masiva), los espacios necesariamente restringidos, pareciera que el universo teatral porteño se volcara hacia ese lugar soñado en el que ¿quién no querría estar?
Frente a estos eventos, se produce un recorte probable del público. Para los que frecuentamos el teatro están, fundamentalmente, los espectáculos internacionales, mientras que los nacionales (con entrada gratuita) seguramente aguardan entre sus filas a quienes no asisten asiduamente al teatro (o a quien se perdió alguna obra de la lista).
Esta distorsión en números y espacios del universo teatral, se produce también entre los encargados de cubrir los espectáculos en los diferentes medios. Salvo excepciones ¿qué otra cosa se puede comunicar, que no sea este evento magnífico que es el FIBA? En realidad, hay material para escribir, televisar, subir a alguna web o poner en el éter, para cada uno de los días programados (porque el Festival reproduce nuestro ámbito teatral en miniatura. Aunque uno quisiera, de ningún modo podría estar en todo, en absolutamente todo, salvo que fuera ubicuo).
Pero a pesar de esta propuesta voluminosa, colosal, la cartelera teatral porteña está representada en su mínima expresión (mi referencia es exclusivamente cuantitativa y no cualitativa. La calidad es un terreno en el que no pienso meterme). ¿Qué hacen los teatristas que no están adentro, durante el Festival? ¿Se quedan de brazos cruzados? ¿Reciben a un público ignorante del FIBA, o a uno que lo rechaza por considerarlo subsidiario del sistema o algo por el estilo? No sé. Pero en otros lugares del mundo también existen festivales, algunos, incluso,  muy importantes. Y en todos los festivales existen grupos que no son incluidos.
Hace muchos años, en 1947, en Edimburgo, justamente resolvieron esta cuestión a través de la creación del festival Fringe, una muestra paralela a la oficial.
Este festival ha permanecido y crecido de modo absolutamente notable a lo largo de estos años. En su página web se promueve el espíritu de aventura, de creatividad y la experimentación. El Fringe se propone como un festival de arte abierto. Quienes lo generan, ni producen espectáculos, ni invitan a nadie a participar. Tampoco pagan ningún tipo de retribución, pero colaboran en todos los aspectos necesarios para que las compañías puedan presentar sus trabajos en ese marco (Es necesario aclarar que la página está poblada de banners y que se venden remeras, tazas y otros souvenirs, con las consabidas y universales tarjetas de crédito).
Las cifras de participación en el festival Fringe superan con amplitud las del oficial. Por poner un ejemplo, este año se presentaron 19000 artistas y se realizaron unas 100.000 representaciones (se inician a la mañana temprano y culminan a la madrugada del día siguiente).
Pero este festival paralelo está muy lejos de ser el único. Por el contrario, han surgido festivales Fringe en muchas ciudades. Por ejemplo el de Toronto, asegura que todos los artistas pueden presentar una producción de teatro para participar en el festival. El mandato de los organizadores es proporcionar oportunidades para todos los artistas, al margen del estilo que tengan. El proceso abierto permite la libertad creativa y tanto los artistas como el público quedan al margen del cualquier mandado artístico.
Existen también en Nueva York, en Winnipeg, en donde se promete un cien por ciento de ausencia de censura y la misma cifra de ventas de entradas para los artistas implicados. Allí proponen el vínculo entre los más veteranos y los emergentes, del mismo modo que la conexión entre los grupos locales, nacionales e internacionales para beneficiarse con el intercambio.
Otro de los festivales más importantes de este conjunto, es el de Edmonton, surgido en 1982. Hoy, de acuerdo con su propia versión, es el segundo detrás del de Edimburgo, por su masividad. Explícitamente sus organizadores sostienen que desean “liberar de los grillos el juicio estético”. Los productores del festival no tienen control sobre el contenido artístico, su premisa es la libertad artística de los participantes. Ellos proporcionan una oportunidad de acceso, tanto al público como a los artistas.
Muchos de estos festivales funcionan con voluntarios, amigos, socios y donaciones. Al entrar en sus páginas, uno es invitado a poner un óbolo, para favorecer la existencia de dicho festival.
Hasta el propio Festival de Avignon tiene su paralelo: el Festival Avignon off. Cuando se hacen averiguaciones turísticas, los dos festivales son presentados como una interesante actividad para el visitante. Existe un festival in y otro off. Se dice que ambos son verdaderamente valiosos.
El mundo del teatro eligió un camino para mostrar lo que no había sido seleccionado. Edimburgo es considerado mundialmente como un festival de “excelente calidad”, respecto de sus propuestas. Funciona como un escaparate para mostrar aquellos productos artísticos que el festival oficial no elige.
Lo extraño es que en una ciudad como ésta, en la que existen tantos teatros, actores, directores, compañías, que no se pueden contar, nadie haya llevado un proyecto semejante a la práctica ¿no?