Viernes, 16 de Enero de 2015
Martes, 06 de Enero de 2004

El brote de ojo para un miope

Por Verónica Schneck | Espectáculo Ojo!
Un alguien se sube al escenario vacío y solo un objeto hay en escena. Sabemos de él, conocemos su paradero y sus decisiones estéticas. Una vez más estamos dispuestos a confiar en su arte, que da volumen teatral a cualquier extracción vulgar de lo cotidiano, donde todo desecho puede tornarse de interés. Vamos a ver al teatro a un actor, multiplicador, exhibicionista, dispuesto a maniobrar animalmente con el tiempo de la función. Su juego es ese. Presionar, a través del tiempo real, la mayor cantidad de teatralidad posible contando solo con su “sí mismo”. Sin escenografía, sin grandes vestuarios, Carlos Belloso se enfrenta a su verdadero sostén teatral, la comunión con el público. Y en ese vínculo es donde se despliega su “hacer” al servicio de la actuación. No podemos hablar de su rol de director, autor, actor separadamente. La estructura que se hace funcionar en sus unipersonales pide con necesitad a esa especie de creador esquizoide, en donde el texto y la dirección solo valen como corroboración del cuerpo en escena. La escritura sirve en la medida en que se injerta en la textura de su “estar actuando”. El vínculo esta vez está muy delineado temáticamente: la mirada quizás sea nuestra primera y originaria convención teatral, la que aceptamos a priori. Vamos al teatro y con nuestros ojos hacemos luz y damos entidad a lo que sucede…Sin la mirada del espectador nada podría pasar. Es así como nuestra visión (el ojo, más precisamente) marca un campo escópico delirante que funciona como elemento-tema organizador de este unipersonal. La miopía como eje no hace más que hacer brotar ojos de todo tipo: los pares de ojos del público, los del actor –que ve como los otros gozan del mirar-, los ojos del actor dibujados en sus manos, los anteojos, la frente, y todos los otros ojos inventados que se empiezan a construir por deducción…El dibujo de su remera empieza a verse como ojo y la guitarra también es célula de mirada, y todo el discurso que no para una y otra vez de nombrar “al ojo” en todas sus acepciones. Una especie de recorrida paranoide (ojos que multiplican ojos) empieza a invadir el ambiente. Al obturar y negar (miopía), le sigue irremediablemente el brote retiniano. El humor, su marca autoral, sostiene todo el relato. Para hablar teatralmente y con ironía y humor sobre este tema se ve muy claro que se ha tenido que investigar para poder juguetear de un modo libre con las palabras y con las significaciones de las mismas. Los detalles lumínicos que por momentos colaboran con el espectáculo, además de generar una visión interesante para el que especta, también refuerzan el tema tratado. La “heladera Siam”, de ahora en más, es una palabra azul (luz azul), por lo menos para nuestros ojos, e incluso en un momento se asocia cerrar los ojos con un apagón total, en donde solo quedan las velas de las mesitas del público prendidas, como última voluntad del espectador, quizás, de seguir mirando, sea como fuere y pase lo que pase. Por otro lado, la estructura musical –el espectáculo se basa en canciones, que dicho sea de paso, es una novedosa estructura en los unipersonales de Carlos Belloso- organiza los relatos monologados que esta vez funcionan al servicio de la canción. Es decir, se monologa para llegar al canto, se monologa como excusa, como resto, y así, la voz y la guitarra dan entidad a la teatralidad a través de la canción. Y aunque es indiscutible su habilidad con la voz, nunca dejamos de ver teatro. Este mundo ya está hecho y es para mirarlo, y para hacer de nuestra mirada un “acto” creativo. Esa es la función de los ojos en nuestro cuerpo, además de estar ellos siempre preparados para soportar la bajada de párpados y soñar. El ojo se mueve, tiene su dinámica y su palabra, sólo hay que frotarlo. Esa es la verdadera miopía: el manotazo de ahogado de un miope es crear ojos.
Publicado en: Críticas

Comentarios





e-planning ad