Viernes, 09 de Enero de 2015
Martes, 20 de Noviembre de 2001

En esta cocina algo se quema

Por Andrea Mochnach | Espectáculo El Codo Yola
Luego de haber obtenido el premio Proyectos Teatrales 2001 otorgado por la Asociación Argentina de Actores, se realizó el estreno de la obra “El codo yola” de Luis Macchi. Su temática no es ajena a los tiempos que vivimos en la Argentina: violencia, corrupción, amnesias, miradas a un costado, esperanzas de salvación, obnubilación por personajes aparentemente salvadores-redentores, torturas varias, ambiente tensamente cordial, el esfuerzo por seguir viviendo de la mejor manera posible, pero... sin embargo... El codo yola. ¿El codo yola? Sí, algo está atorado y no permite que todo fluya normalmente; y justamente lo que atora huele mal. Como metáfora de nuestra trabazón social, un inodoro necesita reparación porque el codo está obturado y para que todo fluya “normalmente”, hay que cambiarlo. Con una escenografía netamente realista –hasta sale agua de la canilla de la cocina- y uso de iluminación general, la puesta en escena de Luis Macchi focaliza en la acumulación de pequeñas miserias: la dueña de la pensión está dispuesta a atender a todos sus inquilinos con benevolencia, pero tortura a su sobrino Asdrúbal; Albertina sublima su deseo sexual con un ataque místico; Pascualini se obsesiona con la investigación de detalles nimios sin observar que frente a sus ojos se tortura diariamente a un menor; Pascualini porta la máscara del francés culto y correcto pero su carcaza intelectual estalla hacia lo siniestro. El espacio: una pensión con visos de costumbrismo –acentuación de la idea de ilusión de realidad-. Nos encontramos en la cocina de una vieja pensión. En el proscenio, casi en un primer plano un incinerador se transformará en protagonista del drama: allí hay algo más que libros quemándose. La escena se trabaja como cuarta pared y mundo cerrado. Esta pensión es la herramienta que permite dar cuenta de la tesis de la obra: el horror y el miedo gobiernan las relaciones humanas en todas sus manifestaciones, y como consecuencia de esto la apariencia es la que gobierna haciendo que debajo de todo cordero pueda encontrarse un lobo. “Una sociedad que ha transitado el horror, permanece adherida a él mucho tiempo después de los sucesos que lo motivaron – así el Holocausto, así nuestros años de plomo- Un remanente ominoso queda instalado y cada tanto, se expresa en hechos y personajes atroces. La pieza los alude parapetada en el humor” (L. Macchi) El diseño de intriga del texto respeta la estructura narrativa aristotélica de principio, medio y fin obteniendo así una estructura lineal. Un aparentemente ingenuo policía –Pascualini- investiga a un francés que vive en una pensión. Éste es sospechoso de ser el autor material de una serie de asesinatos de mujeres a las que luego descuartiza. La dificultad principal de la investigación es la desaparición casi total de los cuerpos. Pascualini seguirá al francés hasta la pensión donde vive, haciéndose pasar por estudiante de derecho canónico. El desarrollo de la trama será el lento desenmascaramiento de todos los personajes que habitan esta particular pensión. Los actores generan circunstancialmente una poética de actuación cercana a la maqueta por el uso de la gestualidad. En cierto modo, esto les permite trabajar el humor verbal que es uno de los procedimientos de intriga utilizados. La comicidad funciona como mecanismo de liberación de la tensión producida por lo espantoso de las acciones referidas. Lo siniestro se connota todo el tiempo (Maurice habla de su paseo por Bella Vista el día coincidente con el asesinato de otra víctima; la dueña cuenta que debió amordazar a Asdrúbal porque estaba insoportable; las bolsas que se incineran están llenas de algo que nunca se ve), pero nadie habla de sus propios horrores. Como si la maldad y la degeneración estuvieran siempre afuera, no se reconoce la propia, la que habita en nuestra casa. Se evidencian muchas marcaciones en la dirección actoral y la concentración en las mismas puede ocasionar la pérdida de fluidez en algunas escenas. Quizás una pequeña regulación del ritmo y el tempo sumarán mayor tensión dramática al clímax de la obra. Está bien trabajado el contrapunto actoral entre la dueña de la pensión –que se convierte poco a poco en una especialista de los crímenes que están aconteciendo- y Monsieur Maurice –que desde el suspenso quiere aterrar a la dueña (“¿piensa alguna vez en la muerte, señora?”) pero solo logra quedar exhausto y rendirse (¡Usted es una roca, señora!)-. Los personajes firman constantes contratos de silencio cuya consecuencia inmediata será el ocultamiento y borrado definitivo de Asdrúbal, personaje que se caracteriza por su negatividad desde el inicio de la obra (es referido continuamente por los personajes pero nunca lo vemos) y el encubrimiento y complicidad con el asesino descuartizador. Nos encontramos entonces con una obra de situación donde la importancia de la extraescena determinará la fuerza dramática de la escena. Una obra que reflexiona sobre los residuos candentes del horror y el miedo de una sociedad que no se atreve a enfrentarlos.
Publicado en: Críticas

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