Sábado, 03 de Enero de 2015
Viernes, 11 de Mayo de 2001

Próximos y Ajenos

Comienzo Los Prójimos, escrita por Carlos Gorostiza, parece decir “presente”. No quedó anclada en un estreno del ´66. ¿Qué la aproxima a nosotros? ¿Será que varios de los cuestionamientos que planteaba la obra nos siguen atormentando en esta época de globalización? ¿Qué temas no pueden resolver los argentinos de clase media? El desinterés, la alienación, el cuidar cada uno su rancho –y ahora más que nunca... por las dudas, ¿vio?– desencadenan el no encontrar formas de luchar, de hacer frente y pisar fuerte... salvo para lo que conviene. El prójimo. Cualquier hombre respecto de otro, considerado bajo los oficios de caridad y benevolencia que todos recíprocamente nos debemos. No tener prójimo significa ser duro de corazón, no lastimarse del mal ajeno. Aquí, al prójimo no se le abre la puerta, puede ser peligroso... Pero los sonidos exteriores de los gritos entran, aunque no sean invitados. El sonido irrumpe en todo el espacio, el sonido quiere hablar, nos hace ver aunque no queramos. Se impone: es su forma de lucha, aunque después se desvanezca... “Los Prójimos”, dirigida por Víctor Bruno El espacio: dividido en dos; las gradas donde se ubican los espectadores están enfrentadas. En el medio, el escenario, donde un círculo cumple la función de piso y ventana. Bloques cuadrados que funcionan como mesa, silla o sillas en extra-escena, cercanas al espectador, donde los personajes se convierten en actores en silencio, a la espera de volver a actuar. Características: El director, Víctor Bruno, ha elegido una escenografía de estilo geométrico, utilizando el blanco y el negro como marca distintiva de la puesta. Los actores, en su vestimenta, también se apropian de la estética de dichos colores. Cubos, cuadrados, círculo en el piso. Cada uno tiene su función dentro de este espacio. Todo pareciera apuntar a significar la dureza, la rigidez de los valores, los prejuicios de los personajes y “la moral” de la sociedad que representan. Negro o blanco, no hay grises. Se justifica el negro, se justifica el blanco, no las medias tintas. Eso no está permitido. El problema que surge a partir de esta propuesta escenográfica es el de la materialización del espacio. El círculo, en su doble funcionalidad, de ventana –desde donde los vecinos miran “lo que sucede afuera”– y de piso del living del departamento, no llega a articular adecuadamente con ninguna de las dos funciones encomendadas. Por un lado, se confunde esta doble funcionalidad, debido a que el espacio acotado impide que los actores se desplacen cómodamente por él. Por el otro, el problema se ve agravado por la falta de intencionalidad de los actores, que no concretizan desde la actuación ese “ver” y, por ende, “hacernos ver” para que logremos imaginarnos a través de sus miradas lo terrible de la situación que ocurre afuera. Sí, se ve representada la idea de ensimismamiento, el círculo como ombligo del mundo, tal vez por oposición a lo explicado. A través de las voces en off, hacen su irrupción un hombre y una mujer. Él la golpea. Ella grita: pide auxilio. Los gritos resultan demasiado estridentes y graciosos para el espectador. La situación, así propuesta, termina sin trasmitir la credibilidad que se intenta construir desde la representación. Por ende, la identificación del público propia del realismo reflexivo, no encuentra el marco adecuado para concretizarse. Hacia el final, donde tendría que producirse el pico dramático, no se llega a condensar toda la significación que transmite el texto de Gorostiza. En Los Prójimos, se encuentran varias escenas de transición (postergando la acción), donde la discusión sobre diversos temas secundarios (el sindicato, los celos, la amistad, etc.) se entrelazan con el tema principal: hacerse cargo de una situación límite que se impone y a la cual los personajes hacen oídos sordos. Una característica de la puesta, que deja sin subrayar esa situación, es el hecho de que las problemáticas que se generan dentro del departamento se destacan, sin adquirir un sentido en la totalidad de la obra. Esto, sumado al efecto cómico provocado por los gritos que llegan del afuera, lleva a un debilitamiento del tema principal, acentuando los temas secundarios. Así, la mímesis, que se intenta construir se ve descompensada, sin llegar al dramatismo que la situación requiere. Esto no quiere decir que las discusiones que se generan no sean relevantes; al contrario, en ellas se da la constitución de los personajes y la sociedad que se critica. Pero la dirección de las actuaciones, de la manera en que está planteada, desvía lo fundamental que propone este texto: la crítica a la clase media frívola, chata, no solidaria, alienada, que se tendría que construir por oposición y paralelismo entre el referente exterior (una mujer pidiendo auxilio) y la vida que transcurre en el interior del departamento. Los Prójimos, dirigida por Víctor Bruno, intenta mantenerse dentro de los cánones del realismo, sin arriesgar en ir tal vez más allá y, entre ese ir y quedarse, parece alejarse... “Los Prójimos”, dirigida por Sergio D´Angelo Esta versión del texto de Los Prójimos se distancia, se opone a la versión que citamos anteriormente. El director Sergio D´Angelo busca en este texto algo más que “poner” a Gorostiza. Es la excusa para proponernos indagar sobre “nuestra responsabilidad ante la historia” y plantear cuál es nuestro compromiso frente a ella. Para llevar a cabo esta empresa, no parte de un lugar común, sino que plantea una estética particular, más cercana a lo absurdo; se mueve entre los ondulantes rasgos expresionistas y realistas. Sin embargo, no logra distanciarse de Gorostiza sino que, aunque resulte paradójico, esta decisión lo acerca aún más. Un escenario más bien despojado y un goteo constante nos anuncian el comienzo de la representación. Las actuaciones tienen la capacidad de componer marionetas indagando en la gestualidad y se observa una búsqueda en la manera de hablar, que subraya la caracterización de la cual se tiñe cada personaje. Así, se otorga una dimensión original en la apropiación de los arquetipos que representan. El matrimonio feliz de clase media, Hugo (Carlos Defeo) y Lita (Analía Malvido) componen su relación a través de diálogos fragmentados, silencios, a la vez que, a medida que avanza el espectáculo, van transformándose, sacando a luz su parte más cínica (Hugo pareciera gozar de lo que observa por el balcón y Lita saca los rasgos más reaccionarios en su discurso sobre lo que está bien o lo que está mal). Esto va acompañado por una gestualidad más cercana a una máscara. Así, máscara, cuerpo y discurso se encaminan hacia un todo para demostrar un sentido oculto al comienzo y develado hacia el final. El matrimonio que aparenta “ser” el buen matrimonio, se descompone en su particularidad imprimiéndole rasgos más patéticos pero también más reales. Estos personajes (el matrimonio, el amigo, los vecinos) miran como si presenciaran un partido de fútbol desde un balcón. Éste se encuentra representado por una tarima donde los actores miran hacia las butacas. Aquí se produce un efecto interesante dado por la iluminación: cuando ellos miran a su vecina atacada, nos miran a nosotros. La luz utilizada refuerza la máscara creada por sus gestos. De esto modo, se desprende una sensación de desconfianza, miedo hacia esos personajes que nos miran. En realidad, nosotros nos convertimos en víctimas, en vecinos atacados, bajo la mirada de insolidaridad de aquellos vecinos que nos focalizan altaneros desde su pedestal. Haciendo hincapié en las actuaciones: Tito, el amigo solterón del matrimonio feliz (Hernán Romero), Rosa, la vecina chusma (María Romano) y Felipe, su marido enfermo (Mariano Aranda) componen inteligentemente los rasgos expresionistas que abordan en el tratamiento de sus personajes. Cada uno le imprime un sello personal y disparatado a su composición. La obra va in crescendo, como también las risas y la sensación de incomodidad del espectador. Esto se produce por el tratamiento de los procedimientos dados por el director. Los personajes se vuelven más deformes, por ejemplo la Vecina joven (Mariela Balboa) parece, hacia el final, la vieja muñeca Piggy de “Los Muppets” (ojos saltones, labios extremadamente pronunciados y pintados). Sumado a esto, su deformidad gestual por la culpa “del no haber hecho nada”, que le carcome su conciencia. Los gritos de la mujer atacada, introduciéndose con la música clásica, dan una sensación de desgarro, donde las risas se apagan. El espectador se da cuenta, se desgarra también. Los prójimos, dirigida por Sergio D´Angelo, hace hincapié en aproximarse a Gorostiza dejando atrás las acartonadas composiciones y abriendo paso a una estética comprometida más cercana al sujeto actual, que vive dentro de los muros de la fragmentación y los cambios. Final Una pareja vive en un departamento de un complejo habitacional de bajo costo. Afuera, una mujer pide ayuda a gritos. Un hombre la golpea. Los vecinos acuden al departamento de esta pareja vecina. La mujer sigue gritando... Ellos, sólo miran. Tal vez sea el momento de dejar de observar a través de nuestros balcones y comenzar a caminar...
Publicado en: Críticas

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