Jueves, 06 de Agosto de 2015
Domingo, 29 de Abril de 2012

Circo vil

Por Edith Scher | Espectáculo La patria fría

¿Puede la patria ser fría? ¿Quién se llevó el calor? ¿Es la patria, para algunos, un circo decadente que explota y humilla a quienes trabajan para él, una reunión de pocos artistas venidos a menos, que, metidos en la inercia de esa carpa, no parecen poder imaginar otro destino?¿Puede un circo estar al margen de la historia de su tiempo?

La escena, la trastienda de la pista de un circo. Ambiente deprimente, violento por momentos, sórdido. Algunos indicios nos llevan enseguida a deducir que la itinerante carpa no recauda nada, que se hunde, y que, además, no tiene público. Los espectadores, además de que no acudir porque el circo no es gracioso ni atractivo y porque está atravesado por la precariedad, se han ido a ver pasar el tren solidario de Eva Perón. Ese dato nos sitúa en el tiempo en el que transcurre la acción, pero además abre una puerta de lectura: ¿son todos aquellos que no se sienten convocados por esta expresión artística los que están “equivocados”, los que no entienden el “arte” de este circo? Se trata de un circo, vale destacar, que se empeña obstinadamente en mantenerse afuera de los acontecimientos sociales, que insiste en la decisión de que estos acontecimientos no se cuelen y, sobre todo, en que no le quiten público a la función. Obviamente (el espectador lo sabe porque conoce la historia argentina), la competencia entre la función y el tren resulta altamente despareja y el circo, que comienza su función sólo con 14 espectadores, finalmente quedará desierto.

Los personajes. Un dueño y presentador que es deleznable, ventajero, explotador y maltratador. Un payaso que se pregunta todo el tiempo, en medio del patetismo circundante, si el circo es una cooperativa (suena extraño). Un tirador de cuchillos, que es un refugiado nazi y, para colmo de males, tuerto  (vaya a saber a dónde tira los cuchillos, entonces) y que maltrata a la única mujer de este universo, compañera de número, contorsionista, paraguaya y destinataria de los filosos elementos. No es el único que la maltrata. En este desolado y cruel universo en el que hay muchos humillados, ella, además, padece las desventajas de pertenecer a su género. Un equilibrista que está siempre borracho (¡vaya contradicción!). Un ex enano, que ya no es enano ni gracioso, que constituye el colmo del patetismo que allí se respira. Para completar este universo, un crítico de arte del diario local que visitará esta miserable trastienda y ofrecerá intercambio de favores. Trabaja para un conocido diario ultraconservador. También él está desahuciado. Nadie tiene esperanza en este circo ruin colmado de traiciones.

Todo transcurre en un espacio circular. Lo que se presenta ante los ojos de nosotros, espectadores de La patria fría, es, efectivamente, la trastienda. Nunca la pista, que, deducimos, es aledaña a este espacio, ya que vemos el tajo de entrada y a veces sus luces. Nada más. En cambio, sí estamos ante el espectáculo de lo que sucede por atrás, asistimos a la caída que allí se desata. Paralelos al conflicto principal, en donde el circo claramente pierde y se ahoga en su propia mugre, cruzan otros conflictos, soledades, egoísmos y un inerte soportar lo insoportable. Allí dentro todo es horrendo, todo es horror. Pero además, ¿podrán estos artistas hacer su función como si el afuera no existiese?

“Grotesco ambulante”, dicen de su obra los autores de La patria fría, Mariano Saba y Andrés Binetti. Si la idea es tensión entre la risa y el llanto, forma cómica para actuar la tragedia, puede que algo de eso haya. Lo que más impacta, sin embargo, es la sordidez. Las actuaciones están muy cerca del público, que casi escucha respirar a los actores. Algunas se acercan más que otras a la tonalidad que el espectáculo parece pedir. Sin embargo, La patria fría es suficientemente consistente y construye un mundo sólido e impactante. La dirección de Binetti logra sumergir al público en ese universo. La escenografía y el manejo de los actores en el espacio en esta especie de pista circular, consiguen la verosimilitud del mundo que la obra propone.

 ¿Puede la patria ser fría? ¿Quién se llevó el calor? ¿Es la patria, para algunos, un circo decadente que explota y humilla a quienes trabajan para él, una reunión de pocos artistas venidos a menos, que, metidos en la inercia de esa carpa, no parecen poder imaginar otro destino? ¿Son ellos quienes, inmersos en ese horrendo universo perpetúan un orden injusto, son funcionales a aquello que los oprime? ¿O es que no hay otra salida? Quizás fuera del circo la patria tenga otra temperatura. Y esto no implica elegir un partido, sino reconocerse parte de un mundo.  

 

Publicado en: Críticas

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