Miércoles, 31 de Diciembre de 2014
Domingo, 12 de Febrero de 2012

Despedida en el muelle

Por Edith Scher | Espectáculo Uruguayos

Dos hombres y una mujer esperan ver la luna en un muelle de alguna playa. Están en Uruguay y el cielo está cubierto. Ella es la joven viuda y ellos los hijos del hombre que esa noche los reúne en tan estrecho sitio, el lugar de la despedida.

El planteo del espacio no es menor, como punta de iceberg de varios conflictos que laten. Su pequeñez, la dificultad para acceder a él (dificultad que no vemos, pero que advertimos en los tropezones de uno de los hermanos), su humedad, que tampoco es visible pero sabemos que existe, generan pequeñas situaciones conflictivas que comienzan a hablar de que algo no está bien. No están tranquilos. Eso se ve. Una primera caída, por la falta de un escalón, propicia la llegada al muelle y luego el comienzo de la espera. Ahí están los dos hermanos, cuyas notorias diferencias se advierten aun antes del arribo de ella, la joven viuda. El mayor, delgado y aparentemente más firme. El menor, más gordito y quizás más frágil. Eso parece. Del primero se sabe poco. Del segundo, que acaba de irse de la casa. No son felices. Eso es obvio. La primera escena transcurre entre la incertidumbre por lo impreciso de la hora y lugar de la cita, la curiosidad por ver a esa mujer, que es más joven que los hijos del muerto, y el enojo del mayor, que todo el tiempo parece querer irse de allí.

¿Para qué? ¿Para qué estar en ese sitio? Ella llega. Comienza la relación entre tres. Se respira tensión y cierta sorpresa. Es muy pero muy joven. (“¿Quién era papá? ¿Lo conocimos? ¿Por qué con una veinteañera?”, supone el espectador se preguntarán los hijos, aunque nada dicen de esto). Las idas y venidas, las salidas de alguno de ellos de la escena generan momentos de dúos. La relación de la joven con el menor de los hermanos es de un enrarecido acercamiento.
Solos. Los tres se sienten profundamente solos. Aquel hombre que hoy despiden ha calado hondo en cada uno de los allí presentes, aunque haya reproches de una y otra parte. Mientras esperan que la luna aparezca entre las nubes, lucharán, sin decirlo, por decidir el destino de las cenizas y, de algún modo, por apropiarse de alguien que ya no está. La lucha deparará un desenlace inesperado, que, lejos de liberarlos, los dejará aún más impregnados del sujeto que esa noche pretenden despedir.

Los actores Noelia Prieto, Pablo Navarro y Ariel Saenz Tejeira manejan hábilmente la contención de los conflictos. Mejor entre dos que cuando están los tres, pero la tensión se percibe todo el tiempo. Quizás una dicción más clara ayudaría a una llegada más eficaz de lo que sucede. Por momentos se pierde el decir, aunque nunca se cae lo que pasa en escena. Las construcciones de los personajes son sólidas y bien diferenciadas. Es particularmente entrañable la creación de ese hermano menor, torpe y frágil, atravesado por un sufrimiento profundo, pero cuyo modo de proceder es casi cómico, por momentos.
El director Martín Urruty maneja sutilmente el vaivén del conflicto y logra ese clima sostenido, que es el mayor mérito de la puesta y que parece hablarnos de desencuentros, frustraciones, del miedo a la muerte y nos deja entrever la necesidad de ser amados de estos personajes.
La creación del espacio es totalmente verosímil, de acuerdo al planteo estético de la propuesta, que es un verosímil realista, y el uso de la iluminación, a cargo de Ricardo Sica, colabora estrechamente con ese logro.

Sin final cerrado, esa noche la luna asomará entre las nubes que cubren las playas del Uruguay.

Publicado en: Críticas

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