Martes, 26 de Julio de 2016
Jueves, 15 de Septiembre de 2011

Cantar frente al espejo

No siempre se tiene la oportunidad de comprobar empíricamente lo que todos sabemos en teoría: que el público es una pieza fundamental de la puesta. Aún más: comprobarlo antes de entrar en la sala. Los futuros espectadores están entusiastas e impacientes y es necesario reconocer que semejante situación se contagia, se despliega por el espacio físico y mental. Y seguramente, también les llega a quienes están arriba del escenario no bien entran en contacto con ellos, a paso lento con un acomodarse cuidadoso y ordenado.

Allí están, esperando. Una pequeña serie de acciones se dispara mientras la sala se puebla de personas expectantes. Todo el tiempo centro mi atención en un personaje que, atadas ambas muñecas con elásticos, deja caer sus manos para robarle música a las teclas ¿Quién manipula?, ¿él o alguien más arriba? ¿Quién provoca la música?
Prontamente comprenderemos que los seres reales, mejor dicho, extralingüísticos, son ¿dos? (el resto es creación de la lengua, escrita en los libros, susurrada en algún rincón del cerebro del chico aislado en su cuarto): el padre y el hijo. ¡Ah!, Y ahí atrás una muchacha ¿de qué naturaleza, de qué orden? La madre es amenaza, miedo y represión, pero no está.
Nos enteramos de que el chico no sale de su cuarto. La razón es su fealdad (se tarda un poquito en comprender, porque lo que nos dicen no coincide con lo que vemos, pero entramos en la convención), entonces. Casi todo lo que lo rodea es del orden de lo imaginario. En un costado, arrinconado casi, el padre, es decir, el universo que existe fuera de la cabeza del protagonista.
En términos espaciales, la decisión está clarísima: su universo “ficcional” predomina, se multiplica, avanza sobre él, lo hostiga, lo acompaña, le propone una vida otra de la de afuera del cuarto. Sin embargo, Espejo, dime qué ves se instala en el momento en el que el deseo de salir se hace evidente y en el que cada una de sus imaginarias compañías reproduce ese temor-deseo.
La anécdota, por decirlo así, es pequeña y sencilla, pero estamos ante un bellísimo musical, en el que todos y cada uno se destaca por su calidad de intérprete musical. Incluso hay quienes suman alto puntaje en relación con la actuación. El humor de los personajes imaginarios es marca registrada y el protagonista se deja hacer. Es él el manipulado, el sorprendido, el empujado…
No sabemos exactamente qué es lo que ve en el espejo, y el espejo no parece estar dispuesto a decirlo en voz alta. Sin embargo, desde la platea surge un deseo fuerte de una vuelta de tuerca, de acompañarlo a torcer su destino, a perder el miedo y a devenir libre. Cantando, por supuesto, como corresponde en función del género, un género que cada día parece tener más sorpresas para dar.

Publicado en: Críticas

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