Jueves, 08 de Enero de 2015
Lunes, 04 de Abril de 2011

Operación Isabelita

Hay espíritus que en ciertos días se matarían a causa de una simple contradicción. Y no es imprescindible para ello estar loco, loco registrado y catalogado. Basta con gozar de buena salud y contar con la razón de su parte”. Antonin Artaud 

Puede parecer polémico como epígrafe lo que se acaba de citar. Valga decir que es Artaud-enunciador quien lo sostiene, y que lo hace en el marco de un texto sobre Vincent Van Gogh a quien le atribuye ser “el suicidado por la sociedad”. Porque es impensable cualquier enunciado sin la remisión al que enuncia. Y El secuestro de Isabelita es producto de un acto de enunciación, en este caso no restringido a lo lingüístico.
Todo este prolegómeno (perdón por ello) intenta argumentar en favor de que es problemático hacer una lectura sin tener en cuenta estas variables, para que no se produzcan, al menos, decodificaciones aberrantes.
Empecemos por el principio. El título El secuestro de Isabelita, la construcción nominal remite, a la vez, a un personaje histórico y a un acontecimiento ficcional. No hubo tal secuestro.
En conocimiento de ese dato, el espectador desciende a la sala. El acto de descender es importante. Lo que sucede no se produce en la superficie sino por debajo. El espacio está a la vista. Es evidente que hay una reconstrucción de un sitio en el que los protagonistas se esconden, pero las cajas indican su contenido: armas. Y más allá, una bandera borroneada indica la pertenencia a movimientos anteriores. Estos dos datos son sumamente importantes. Están en un espacio clandestino. Pero el signo en las cajas distribuidas, multiplicadas e inocultables, permite inferir que allí dentro ya no hay más que evidencia. Ellos, por otra parte, están visiblemente armados. La bandera muestra que estuvieron en otra organización a la que ya no pertenecen, pero que no cambiaron de bandera, no hicieron una nueva. Como en un palimpsesto quedan los rastros de las escrituras anteriores. En este caso es más que una escritura, es una pertenencia que ya no está vigente, pero que de ningún modo ha sido borrada. Una capa tras otra que se superpone en la corta vida (porque son todos muy jóvenes) de estos personajes.
Lejos de aparecer como “decorado”, el espacio construido revela el entramado de la propuesta: todo el tiempo se inscribe en la tensión entre lo histórico y lo ficcional, lo que se muestra y lo que se oculta, el pasado y el presente. Y probablemente por esta razón es que es posible ser testigos de este planteo dramatúrgico.
La inteligencia en el desarrollo de las situaciones y el humor, en general abierto y negro, a veces, convierten a El secuestro de Isabelita en una obra imperdible, siempre y cuando uno no sea demasiado cerrado en sus ideas (de un lado o del otro).
Digamos, muy brevemente, que una organización subversiva de los ’70 lleva adelante, supuestamente, el secuestro de Isabel Perón, con varias intenciones que, entre otras consecuencias, llevarán a impedir el golpe de estado por parte de los militares y obtendrán el debilitamiento del poder de José López Rega. Claro que la obra no propone una reconstrucción histórica, sino una ficción en la que ciertos datos, elementos léxicos, costumbres, se entrecruzan de un modo tan estrecho que operan de un modo muy particular. Está entre el homenaje y la autocrítica, pero con un respeto infinito (sí, a pesar del humor) hacia esos personajes veinteañeros que soñaron (¿o tuvieron pesadillas?) otro mundo distinto.
Volvamos al epígrafe, es Artaud el que habla. ¿Qué es un loco para Artaud?, ¿y qué será “tener la razón”? “La vida por Perón” era una frase bastante conocida de la época real en la que se desarrolla la propuesta ficcional de Daniel Dalmaroni. A la luz de El secuestro de Isabelita, juega a resignificarse y a cobrar ¿por qué no? otra dimensión.

Publicado en: Críticas

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