Lunes, 05 de Enero de 2015
Lunes, 26 de Octubre de 2009

La nieta del loco

En un austero y delicado homenaje, la dominicana María Isabel Bosch nos presenta a su abuelo, Juan Bosch (1909-2001), aquel gran hombre de la política y el pensamiento.

Corría el año 1939 cuando Juan Bosch, con tres décadas de vida, fundaba en el exilio el Partido Republicano Dominicano. Mientras tanto, casado desde hacía cinco años con Isabel García, tenía a sus hijos León y Carolina y a los otros hijos: sus cuentos. Hombre de letras y militante político, presidente de la República Dominicana entre 1962 y 1963 (destituido por un golpe militar), Bosch es, hasta el día de hoy, una de las figuras más importantes del pensamiento latinoamericano en las letras y la política, maestro de maestros.
En el centenario de su nacimiento, María Isabel Bosch pone en carne y pone en presente tres cuentos de Juan: Dos pesos de agua, Los amos y El algarrobo (todos ellos incluidos en Cuentos antes del exilio, 1974) porque, según nos recuerda la propia actriz, "yo no vine a contar quién fue ni qué hizo mi abuelo, yo vine a contar a mi abuelo". ¿El lugar? Silencio de negras, una hermosa casa de San Telmo devenida en teatro, pero que conserva sus bellísimos pisos de madera, la calidez de las ventanas con vidrios de colores y la intimidad de un primer piso por escalera.
Café, galletitas y la gentileza de todo el personal de la sala, nos reciben un domingo a la tarde, justo a esa hora en que empieza a desaparecer el letargo de un almuerzo familiar pantagruélico que se extendió hasta el mate con facturas de las cinco y media.
Y con esta ternura, un personaje nos invita a pasear por el imaginario de Bosch mientras nos recuerda, con voz profunda: "Nací en una isla, que ya es principio de soledad".
Recorriendo los laberintos del relato, la danza y el canto, las luces y las sombras (con un gran trabajo de Diego Schiavini) van construyendo el espacio de tránsito entre los personajes; sin escenografía y sin cambios de vestuario, vemos a la vieja Remigia y a las ánimas de Purgatorio, a Cristino, don Pío y Herminia, a Lico, su hijo y al algarrobo. Los cuentos fragmentados nos muestran las insinuaciones de la historia, del pensamiento político y el universo imaginario de Juan Bosch. Para llegar a él sólo necesitamos el excelente trabajo corporal y vocal de María Isabel y la sutileza musical diseñada por Fernando Santos. Bosch se nos hace presente una y otra vez en los diálogos, los gestos, las afirmaciones de sus personajes. Y finalmente, justo cuando cíclicamente nos vuelven a decir "nací en una isla, que ya es principio de soledad", la epifanía ocurre: una luz cenital permanece solitaria en escena mientras escuchamos a Juan relatar el final de Los amos:

"El hombre no contestó. Señaló hacia Cristino, que se alejaba con paso torpe como si fuera tropezando.
-No quería ir a buscarme la vaca pinta, que parió anoche. Y ahorita mismo le di medio peso para el camino.
Calló medio minuto y miró a la mujer, que parecía demandar una explicación.
-Malagradecidos que son, Herminia -dijo-. De nada vale tratarlos bien.
Ella asintió con la mirada.
-Te lo he dicho mil veces, Pío -comentó-. Y ambos se quedaron mirando a Cristino, que ya era apenas una mancha sobre el verde de la sabana". 

Aplausos al abuelo. Aplausos a la nieta.
Fin.

Publicado en: Críticas

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