Jueves, 01 de Enero de 2015
Martes, 04 de Agosto de 2009

Poética del interior del país

Tierra adentro se anima con algo poco usual en el potpurrí de la danza contemporánea local: la temática de lo que podríamos llamar la vida "real" en las provincias argentinas, particularmente, las más cercanas al gran centro, y que sin embargo se distinguen con claridad en sus costumbres, en sus ritmos, en los colores. Y toca estos tópicos sin alardes de "melancolismos" vacuos, ni de estereotipos repetidos hasta el cansancio, que postulen personajes canónicos, y mucho menos tiñendo de "universalidad"(un eufemismo que esconde un ademán europeizante de muchos de los coreógrafos locales) las escenas pequeñas pero contundentes de la obra.

Tierra adentro es una pieza sumamente visual, a pesar de estar creada desde una simpleza que por momentos limita con la precariedad. Hay en ella elementos femeninos, como el hilo en un gran ovillo blanco que tejerá, hilvanará, atrapará el espacio y a sus ocupantes; como la harina, que será primero vehículo del sonido y luego una compañera de danza, para más tarde transformar a una de las bailarinas en una vieja solitaria; hay bancos de madera, palanganas de metal. Todo eso atravesado por luces que van desde la penumbra hasta los colores básicos, para simular el ambiente de las fiestas en los pueblos, pasando por la luz negra, que convertirá el hilo en la esencia del río.
Las dos bailarinas y creadoras (Eva Soibelzohn y Paola Ayala), si bien parecen transitar estados y vivencias harto reconocibles con mucha sinceridad, están tal vez muy tímidas, como pidiendo permiso para bailar. Sus danzas se cortan cuando están entrando en el calor del movimiento, sus cuerpos no parecen estar en el tono adecuado y se ven chiquitos, mezquinos frente a lo que proponen al comienzo de cada escena. Si bien logran momentos de gran belleza, no es el movimiento en el espacio, es decir la danza, lo que las sostiene, sino una atmósfera muy poética, muy calma, que encuentran entre las dos, apoyadas por la música elegida (Lerner-Moguilevsky dúo y Chango Spasiuk) y en ese espacio tan especial.
Es digno de destacar el espacio que nos recibe. Querida Elena es un lugar maravilloso. Sentimos que entramos a otro mundo al cruzar la puerta, un mundo de arte, de rincones extraños por descubrir bajo las estrellas, de sabores -convidan té y pan al público-, en fin: de gente que sabe atender a sus huéspedes.

Publicado en: Críticas

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