Martes, 04 de Octubre de 2016
Sábado, 06 de Septiembre de 2008

El muerto se ríe del degollado

Todos los rituales tienen algo de teatral, hasta los más sagrados. La Funeraria, de Bernardo Cappa y Martín Otero, explota lo que de ridículo tiene la muerte. 

Para los que no lo conozcan, el Sportivo Teatral es una hermosa casa típica de Palermo, con patio central y techos altos. Devenido desde 1986 en sala teatral, prácticamente no modificó su estructura de casa. Esto le ha brindado, a todos los espectáculos que por allí pasaron, amplias posibilidades de juegos con el espacio escénico aunque, en la mayoría de los casos, sólo se puedan hacer obras de cámara. El único lugar en el que entran más de 40 personas es el galpón del fondo. Esta casa teatral se transforma, entonces, sin ningún inconveniente, en una casa fúnebre.
La muerte puede ser uno de los temas más cómicos o uno de los más trágicos. Como dijo el poeta, "la tragedia es la vida vista de lejos, la comedia es la vida vista de cerca". Y esta obra trabaja sobre todos los gags que rondan la gran pregunta: ¿Y ahora qué hacemos con el muerto?
Un cadáver de más de 2 metros que no entra ni en la camilla ni en el ataúd, una "empresa familiar" encargada de La Funeraria y los deudos del finado, conforman la trilogía delirante de una farsa que no puede menos que recordarnos a Esperando la carroza.
No falta ni la música de la fiesta de enfrente (una "pollada" en la escuela del pueblo), ni los irrefrenables impulsos sexuales, ni las persecuciones, ni las veloces entradas y salidas que conforman una coreografía clásica de los gags que tantas veces vimos en Los tres chiflados, pero que no por eso son menos efectivas.
Las estructuras de la comicidad son viejas como la injusticia. Los procedimientos y los temas sobre los que nos reímos, con la vieja fórmula sexo + muerte, no han variado demasiado desde Aristófanes a esta parte. Tal vez sea porque, como dice Sigmund Freud, lo cómico opera directamente sobre el inconsciente.
Cualquiera fuese el caso, lo cierto es que resulta muy difícil hacer reír. El gag tiene que ser perfecto o fracasa rotundamente; no existe un chiste a medias. Y tal vez aquí radique el único inconveniente de la obra: la dramaturgia es un mecanismo de relojería perfectamente ensamblado, la puesta en escena y la coreografía colaboran a que todo funcione, el tono general de las actuaciones es efectivo... pero éstas no son todas de la misma calidad. Hay gente que con un piolín de chorizo te arma un asado, y hay otra que con un asado te deja hambriento. En esta obra, el elenco compuesto por María Cristina Blanco, Estefanía D'Anna, Mariano González, Sebastián Mogordoy, Fernanda Penas y Fabricio Rotella tiene de los dos tipos.
Pero como la estructura es sólida, la casa se mantiene. Las tres docenas de espectadores apretujadas en las sillas, no pueden evitar la carcajada en esta decadente sala de velatorio llena de bouquets de flores de plástico, que contradicen sistemáticamente el trillado discurso sobre los ciclos de la vida. Con un muerto descuartizado en un ataúd número 10, la parranda escolar y un cheque por cobrar a la Asociación Ganadera, La Funeraria demuestra que, después de la muerte, sólo nos queda el ridículo.

Publicado en: Críticas

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