Miércoles, 31 de Diciembre de 2014
Viernes, 30 de Noviembre de 2007

Desconcierto en la cocina

Galette surprise et son coulis de fruits rouge, algo así como galleta sorpresa y su caldo (o salsa) de frutas rojas, (al menos es eso lo que interpreta quien escribe estas líneas). Tal el título de la obra de Laura Fernández. 
Un espacio que es la cocina en la ficción, recibe a los espectadores con cocinero incluido. Es un sótano, advertiremos rápidamente, ya que el restaurante está arriba. Nunca se verá. Sólo se escucharán voces que de allí provendrán: los comensales, el mundo. Hasta allí subirán o de allá bajarán por una larga escalera la moza, el mozo y la dueña. 

La cocina es extraña. En una larga mesa conviven hortalizas y verduras reales con un enorme adorno plástico que imita los vegetales. ¿Es, efectivamente, un adorno? ¿O quiere imitar las verduras? También hay allí muchos frascos. Suponemos que para condimentar la comida. El cocinero francés canturrea, mientras pica con un cuchillo sobre la tabla. Así, el comienzo. Varios intertextos parecen asomar y rápidamente son desechados por esta espectadora. El primero es Babilonia, de Armando Discépolo, con los dueños, los ricos, arriba y los sirvientes, los pobres, abajo en el sótano. Pero no va por allí Gallete. El segundo que viene a la memoria, es la película El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante, de Peter Greenaway. Tampoco va por allí. Pues mejor. A ver de qué se trata esto. Allí, en ese sótano, se desatarán broncas, amores no correspondidos, resentimiento social. Se desplegarán alusiones al mundo de afuera y en el medio estará la comida. Todo en la cocina.

El desarrollo resulta un tanto confuso, fundamentalmente porque no queda claro cuáles son las leyes internas de este mundo de ficción que se plantea. Realista no es, a pesar de algunas de las características del espacio y del vestuario que llevan a pensar en esa dirección. No lo es, entre otras cosas, porque su dramaturgia tiene cortes temporales que rompen la convención del tiempo realista. Por ejemplo, de pronto la acción se detiene y, cambio de luz mediante y música de fondo, los espectadores pueden ver lo que los personajes imaginan, sus deseos amorosos, para volver luego al tiempo convencional, donde la trama -digamos- avanza. (¡Ojo! No tiene por qué ser realista. Se trata de una indagación para entender la convención que aquí se plantea).Tampoco las actuaciones son realistas, aunque algunas, por momentos, lo parezcan, como la del mozo, en una desopilante interpretación de Gonzalo Uva. Más bien, en general, las actuaciones tiran hacia lo paródico, como el caso de la enamoradiza y joven moza, cuya exageración parece estar mirando con distancia su personaje, más que con identificación. ¿Entonces es paródico este universo? Ahora bien: si es así, ¿qué se parodia? ¿De qué o de quiénes habla la obra? ¿Del amor desencontrado?, ¿de la frustración?, ¿de que el amor en este mundo es envenenado? ¿Habla, acaso, de este país? ¿Quiénes son estos personajes? ¿Por qué el cocinero es francés? ¿Qué le aporta la cocina a este universo? La obra tira muchas líneas que no retoma. ¿A dónde apunta? No queda claro, entonces, qué leyes rigen este mundo paralelo, esta obra de teatro y, por ende, cuesta leerla de alguna manera.

El texto parece aludir a un universo más amplio que el de la cocina y eso es atractivo. Sin embargo, estas alusiones no articulan una relación tal entre sí, como para que el público, al menos esta espectadora, construya y ate un sentido posible.
En cuanto a la dirección, de Diego Brienza, no queda claro cuál es la clave actoral planteada, ya que los intérpretes trabajan en diferentes registros, tal como se describió anteriormente.
El uso de las escaleras, interesante en un comienzo, se vuelve repetitivo como recurso a lo largo del espectáculo. Y cuando uno quiere empezar a ver por dónde va la cosa...la obra termina.

Publicado en: Críticas

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