domingo, 20 de diciembre de 2020
Sábado, 10 de noviembre de 2007

Música y danza en finísima unión

Por Ale Cosin | Espectáculo Tres

Qué difícil el acceso para obras que se desprenden de los cánones establecidos (por los que deciden qué tipo de espectáculo, cómo y quiénes deben ser premiados con la difusión y las notas de buena conducta), qué cuesta arriba se les hace a los artistas que exploran más allá de esos cánones o que, simplemente, no se dan por enterados de ellos, llegar al público desde su pequeño, arduo, trabajo. Y qué felicidad imprimen éstos en los espectadores menos cautos (aquellos que no se guían sólo por las recomendaciones de los grandes medios o la cartelera de amistades), cuando les regalan el resultado de ese trabajo artístico.

 

Más allá de estéticas más o menos preferidas, o de conceptualizaciones más o menos cómodas, se trata de la alegría de asombrarse, de remecer la percepción cotidiana, de llevarla a un estado de extrañamiento, de ensoñación. Luego vendrán las preguntas, los comentarios, alabanzas o enojos; pero será una actividad intelectual y emocional, provocada por la indeterminación propia de ese estado que es enfrentarse a lo extraño, y por la necesidad de ponerle nombre, encuadrarlo. Muy poca de esa actividad sucede cuando lo que se nos presenta es lo aceptado, lo determinado, lo conocido.

Tres hombres bailan virtuosamente, como sólo ellos pueden hacerlo desde su individualidad, y también cantan con voces entrenadas, propias de profesionales. Además, son instrumentistas muy serios. Detrás: su director, que ha trabajado con ellos sus cuerpos y sus voces, desde un método clásico y moderno de entrenamiento y sanación: Feldenkrais®. Mas la mezcla no da cualquier cosa, sino la poética de Tres, una obra en la que desde el comienzo hasta el final hay un derroche de poesía. Con una partitura exquisita de un joven músico contemporáneo argentino, Antonio Zimmerman, tal vez burdamente tildada de “rara”, pero muy agradable, junto a la coreografía gestada a su alrededor, con la interpretación incansable de los tres músicos-bailarines: Iván Haidar, Federico Landaburu, Facundo Ordóñez, con el acompañamiento del diseño de un espacio sutil, que cambia el real hasta embellecerlo, Mariano Pattin, su director, se encarga de dejar claro que no sólo de danza holandesa hiper remixada vive el medio de la danza contemporánea local.

A pesar de que Pattin intenta expresar en el programa de mano una situación tal vez algo incierta en el escenario, de estos “tres hombres del desierto”, como los llama, la verdad es que no hay ningún cuento narrado y los tres hombres trajeados y peinados impecablemente, no nos recuerdan ningún personaje en particular, tan absortos que nos quedamos con sus voces graves y agudas que cambian en segundos, sus movimientos grandes y pequeños por todo el espacio, y la intervención con instrumentos más típicos en un concierto. Allí están, moviéndose con fuerza y liviandad, ligadamente o con impulsos que los hacen saltar, con más contacto con el suelo y las paredes que entre ellos (no caen en lugares comunes de la danza de varón: ninguna pelea actuada, ningún agarre forzoso para demostrar sus fuerzas varoniles) y, sin embargo, absolutamente conectados en una misma frecuencia, como si de ello se tratara, en realidad, la obra: de la conexión finísima entre la música, la danza, y las formas bellas de llevarla a cabo.

Para leer más del Feldenkrais: http://es.wikipedia.org/wiki/Método_Feldenkrais

Publicado en: Críticas

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