Sábado, 03 de Enero de 2015
Miércoles, 22 de Marzo de 2006

Patchwork

Por Karina Mauro | Espectáculo Patchwork
Una de las características específicas del hule es su impermeabilidad. La utilidad de este material radica en su capacidad para evitar ser penetrado por sustancias líquidas. Por otras sustancias. Por otros. Los personajes de Patchwork tienen una monótona vida diurna, pero se duermen e inexplicablemente se encuentran en un depósito lleno de este material. Se quejan de su soledad, su existencia anodina, su inútil espera de algo. Pero por la noche sueñan. Y sus sueños se penetran entre sí, se unen, se mezclan, se entrecruzan a tal punto, que no se sabe dónde termina el sueño de un personaje y comienza el del otro. Y cuando se despiertan, están juntos. Aunque sólo pueden aprovecharse unos a otros en sueños y aunque el desconcierto los lleva a solicitar la ayuda del público, para que éste les explique por qué se empecinan en presentarse en ese lugar tan extraño, por qué sueñan y despiertan juntos. Quizá se sorprendan porque no pueden ver que aquello que ansían y temen está en esos sueños, o en ese despertar. Patchwork surge originalmente (su estreno fue durante la temporada pasada) en el marco del proyecto denominado Inversión de la Carga de la Prueba, cuya propuesta era invertir los términos comunes del proceso creativo y comenzar el trabajo por la escenografía o el dispositivo escénico, en este caso, una convención de objetos confeccionados en hule. La dramaturgia de Matías Feldman consigue recorrer el inconcebible camino que lleva de este tosco material a la bella, y por momentos jocosa, melancolía de la pieza. Lo sorprendente es corroborar que esta desconcertante reunión de imágenes y relatos delirantes se unen de manera prodigiosa, provocando la poesía allí donde bien podría haber devenido lo ridículo (en el menos excitante sentido de la palabra). La forma de actuación elegida para dar vida a estas imágenes es, nuevamente, la colocación del actor de cara al público, aunque en este caso, por medio de la negación la mirada, dado que ésta pasa por encima de la platea. Es notable cómo este recurso se extiende cada vez más en el teatro actual. Incluso podríamos puntualizar una larga serie de piezas en las que los actores no dialogan entre sí, sino que lo hacen con el espectador o con nadie, lo cual muchas veces se hace difícil de discernir. El análisis de las causas o consecuencias de esta tendencia, que bien puede atribuirse a la adecuación de este recurso a cada pieza, a los problemas o nuevas posibilidades que le acarrea a la tarea del actor, a la significación en el seno de una sociedad en la que las relaciones personales directas son cada vez más dificultosas, entre otras, merece un estudio aparte. Además de la actuación hacia el público, el director sabe explotar la singularidad de cada uno de sus actores: el rostro de Federico Gelber, entre cómico y profundamente desolado, la narración cotidiana y desconectada de la realidad de Emma Luisa Rivera y la honda angustia en la que se sumerge Clara Muschietti. A esto se le suma algún otro delicioso personaje (que será mejor descubrir in situ) y la performance de Pablo Giner, quien con la belleza de su música original completa la melancolía del cuadro, al mismo tiempo que la desmiente constantemente con sus grotescas, aunque sutiles acciones. Todo lo que habita Patchwork está al servicio de producir una atmósfera que envuelve al espectador. Éste no puede más que sentirse profundamente involucrado con todo lo que allí sucede, inmerso en ese territorio onírico, para corroborar que es verdad que estamos hechos de la misma sustancia que los sueños: de hule.
Publicado en: Críticas

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