Lunes, 05 de Enero de 2015
Martes, 19 de Julio de 2005

Electra Shock

Por Karina Mauro | Espectáculo Electra Shock
El fantástico universo muscariano posee rasgos típicos de los que mucho se ha dicho, tanto para elogiarlo como para defenestrarlo. Lo cierto es que su estética puede rotularse, más por comodidad que por adecuación, como provocativa. Una provocación sin provocados, ya que quienes se acercan a sus propuestas saben muy bien lo que van a ver y acuden en su búsqueda. La provocación mayor reside entonces, en la decisión de encomendarle a Muscari la puesta de un texto trágico como Electra. La novedad se produce en el cruce entre su estilo, la dramaturgia clásica y un grupo de estupendos actores que no forman parte de su entorno habitual. En la puesta resultante, el conflicto familiar original se mantiene, pero vira hacia una lucha entre una cowgirl y un tío de sangre / padrastro impuesto, personaje que traduce esta tensión entre lo propio y lo ajeno, en una mezcla de gaucho y cowboy. Es Carolina Fal quien lleva el mayor peso narrativo de la obra y lo defiende con toda su pericia, labor que les deja las manos libres a sus compañeros. Actores con una solidez tal, que les permite improvisar, aprovechar todo lo que sucede para incorporarlo al espectáculo (como sucedió con la repentina disfonía de Julieta Vallina, quien, lejos de permitir que se opaque su desempeño, convirtió la dificultad en un recurso), mencionar aspectos hilarantes de la realidad extraescénica y ensayar diferentes formas de decir sus textos. El coro trágico, siempre depositario de lo moral, lo religioso y lo correcto (o conveniente) dentro de una sociedad, se transforma aquí en un vehículo de normas teatrales, indicándole a cada intérprete el tono exacto para un parlamento, la forma de encarar una escena o simplemente haciéndole recordar una letra olvidada. Apela, para ello, al actor y no al personaje, y estos le responden, muchas veces con fastidio. Una de las habilidades menos señaladas y más interesantes del director es la de insuflarle vida a espacios escénicos “a la italiana”, que siempre consigue hacer desbordar. En Electra Shock, se sirve para ello del show y, más lejanamente, del género revisteril: luces estridentes, música a todo volumen, vestuario llamativo, cuerpos bellos y la infaltable referencia al sexo (siempre presente en su variante homo o incestuosa). Entonces, Egisto se convierte en un fiestero, Clitemnestra (una genial Stella Galazzi) en un manojo de frivolidad y Electra, por contraposición, en una joven monocorde, amargada y aburrida. Hasta su hermano perdido, un Orestes que vuelve del exilio enfundado en cuero y muy bien acompañado, para vengar a su padre, se divierte más que ella (así como Martín Urbaneja se divierte más que Luciano Suardi). Pero finalmente Electra triunfa, no porque gane el recato, sino porque su voluptuosidad y erotismo están volcados más del lado de la muerte que del de la lujuria. Y en medio de todo esto, subsiste Sófocles, que no es trastocado sustancialmente. Nacida bajo el ala de un archicomentado festival trágico, Electra Shock sigue, ahora en el Teatro Regina, un más modesto, pero propio, destino. La diferencia en esta nueva etapa de la obra, estriba en que el elenco en su totalidad opta por disfrutar de la experiencia, y hacérsela disfrutar al público. Éste puede elegir entre ingresar en el código y divertirse, o mantenerse distante y no comprender de qué va el juego. Porque la figura que emerge por detrás de las actuaciones, de la escenografía, del vestuario, de la música, del texto, siempre es Muscari. Desde el ring de catch hasta el escenario del Maipo, desde Grecia hasta Shangay, el director se erige como la máxima estrella de sus espectáculos. Esto sólo puede suceder merced a un talento que ha decantado en un estilo personal. Y seguirá sucediendo, siempre y cuando el talento no se cristalice y el estilo no sucumba ante el peligro de trocarse en una limitación estética.
Publicado en: Críticas

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